El hombre como un ser histórico


Harold Soberanis

El hombre es un ser histórico. Esta afirmación puede tener varias interpretaciones y puede ser válida desde diversos puntos de vista. Sin embargo, a mi juicio, considero que la interpretación que más recoge el sentido mundano de la vida, es decir, ese sentido que afirma la condición existencial del ser humano al arraigarlo al mundo, es el que desarrolla Marx en su concepción filosófica del materialismo histórico. Es necesario tener esto presente, cuando desde posiciones teí­stas se hace la misma afirmación sobre esa condición del hombre. También el cristianismo, por ejemplo, asevera que el hombre es un ser histórico, pero incorporando la presencia de Dios dentro de esa historicidad, lo que le otorga un matiz muy diferente a tal categorí­a humana, pues deja al hombre en un segundo plano respecto a la divinidad. Con esto se niega la libertad de los hombres para escribir su propia historia y, por lo mismo, se le excusa su responsabilidad ante la humanidad.


En este sentido, pues, creo que la concepción de Marx, se ajusta más a lo que deberí­a ser dicha responsabilidad y libertad humanas. Según Marx, el hombre es un ser histórico, es decir, es un ser proyectado a un futuro que se espera sea siempre mejor. Tal historia es continua e infinita, y se mueve de manera dialéctica. Esta dialéctica se revela en la lucha de clases que es, al mismo tiempo, el motor de la historia misma. La lucha de clases no es más que la expresión del antagonismo que se desarrolla en la base económica de la sociedad. Un sistema económico que reproduzca la desigualdad, generará un enfrentamiento entre las clases sociales que se derivan de tal sistema. Este enfrentamiento es el motor de la historia.

Así­ pues, la historia avanza gracias a ese conflicto entre clases. Esta lucha de clases es objetiva, es decir, acontece independientemente de la voluntad de los hombres, aunque sean los hombres quienes encarnen dicho movimiento histórico. Esto significa que hay un condicionamiento para que tales hechos históricos se sucedan. Empero, este condicionamiento no debe ser entendido como un determinismo puesto que el hombre, como ser individual, sigue siendo libre y sigue teniendo la posibilidad de modificar su mundo. Precisamente porque el hombre es libre es que es histórico. O dicho de otra manera: si el hombre no fuera un ser libre no podrí­a escribir su propia historia. Esta estarí­a determinada por la divinidad, no por el ser humano.

El movimiento dialéctico de la historia es infinito. La historia misma también lo es, ya que la esencia de este proceso es el devenir heracliteano perpetuo. Así­ pues, la historia nunca termina, siempre avanza hacia estados mejores donde pueda realizarse el ideal de la humanidad. Aseverar que la historia tiene un fin, es sesgar esa realidad para defender ciertos modelos económicos que reflejan particulares intereses de clase. Pero también es negar la capacidad del hombre para escribir la historia y transformar su entorno. Es asumir una visión providencial de la historia, relegando a una condición subordinada al ser humano.

Un elemento importante dentro de ese devenir histórico es el trabajo. Así­ como la historia es un ámbito propiamente humano, también el trabajo posee la caracterí­stica de ser una categorí­a especí­fica del hombre. Es precisamente gracias al trabajo, que el hombre puede escribir su historia. De ahí­ la importancia del trabajo y de recuperar su sentido original como posibilidad de superación de la alienación. Abolir la alienación del hombre es la verdadera tarea a la que está llamado el ser humano, pues al hacerlo quedará el camino despejado para alcanzar su emancipación.

De esa cuenta, lo que busca Marx es recuperar el sentido original del trabajo, esto es, recuperarlo como condición de posibilidad de realización humana. El capitalismo, en su propia dinámica ha desnaturalizado el trabajo, lo que ha provocado que el ser humano se encuentre enajenado. De lo que se trata, pues, es de rescatar el sentido radical del trabajo y con ello alcanzar la emancipación del hombre al liberarlo de su condición enajenada.

Por otro lado, la historicidad del hombre también significa que éste es un ser inacabado. Constantemente, y a lo largo de su propio desarrollo, el ser humano se va construyendo, a la vez que va configurando su propio mundo. Por eso, la praxis, la acción que debe acompañar a la teorí­a, sea un elemento importante para Marx, el cual enfatiza en la onceava tesis sobre Feuerbach, al insistir en el carácter transformador del entorno natural que posee el ser humano. El hombre no puede quedarse únicamente en un plano de contemplación. Debe actuar sobre su realidad material. Debe luchar por transformar su mundo.

Precisamente porque el hombre se ve impulsado a actuar modificando su entorno natural y social, es que el trabajo ocupa un lugar primordial en su mundo y en la historia. De ahí­ también el papel importantí­simo que Marx le asigna al obrero como sujeto histórico, actor principal en esa historia que se escribe por medio su trabajo. Aquí­ nuevamente se evidencia por qué es fundamental recuperar el sentido original del trabajo, pues sólo en tanto reencontremos ese sentido podremos superar la enajenación y podremos construir un mundo verdaderamente humano.

Se debe aclarar que cuando Marx habla de transformar y dominar la naturaleza no está diciendo que se deba destruir. El nivel de degradación que hoy sufre nuestro planeta, y el cual pone en peligro la misma existencia del hombre, es producto de la irracionalidad que acompaña, en la actual fase de la historia, al capitalismo salvaje que trata, por todos los medios ( como la famosa globalización), de salvarse a sí­ mismo. En el pensamiento de Marx encontramos, por el contrario, ciertas ideas que podrí­an usarse como base teórica de un discurso ambientalista. Pero eso será tema para otro artí­culo.