«El Grillo» de don León Aguilera


Grecia Aguilera

Hace poco caminaba por la Avenida Independencia. Observando las arboledas escuché un hermoso coro de grillos y recordé esta «Urna del tiempo» que dice así­: «Cuando en noches invernales un grillo canta desde una ventana o en la planta de una maceta, mi alma se colma de regocijo. Tiene el grillo al tocarnos «la única cuerda de su violí­n» tanto de umbrí­a, de selva, de humedad, de paraje agreste de hierba. Además, si uno se ha adentrado en la cultura de los tiempos se asiste a la persistente y monótona armoní­a de ese canto que arrancó desde las épocas geológicas. Quizá ya estaba en el génesis, quizá adormeció los furores de los dinosaurios, quizá se escondió de los pterodáctilos en los helechos, quizá también saltó entre los hierbazales ante el paso del mamut. Y fue el primer canto verdadero selvático, del hombre primitivo. Es un insecto amigo, de los bienvenidos, y no en vano Carlos Dickens lo hizo tema en su obra «El grillo del hogar». Desde antaño, los chinos de cultura sensitiva y antiquí­sima los han enjaulado de modo especial a modo de oí­r su monocorde, así­ como lo hacemos con los pájaros cantores, como el canario, para escuchar sus trinos. No sé que resplandor azul tiene para mí­ el monorritmo del grillo. Cuando lo veo caminar sobre la pared, alargado, con su aspecto de breve saltamontes, me siento como quien toma un tranquilizante. Este insecto, juntamente como la verde esperanza siempre son como buenos ómenes. Sólo gente torpe e inculta puede perseguirlos. Porque estos animalitos tienen enemigos hasta dentro del propio hogar, como son los niños poco advertidos y sobre todo los gatos. No soy de los que se espantan cuando veo reptar una larga oruga. Cualquier contacto de mis pies que pueda hacerle daño lo aparto. Estoy viendo cómo esa envoltura peluda se irá convirtiendo en crisálida, y de ella volará el mágico lepidóptero. La poesí­a es inmanente en la naturaleza, y repetirí­amos con Bécquer en este tiempo de tanta seudo-poesí­a comprometida y árida, que «puede no haber poetas, pero siempre habrá poesí­a». ¿Quién es capaz de componer unos versos que puedan igualar los pétalos y los matices de una rosa recién abierta? A veces llego a la conclusión de que se pueden establecer nexos simpáticos no sólo con los mamí­feros sino con los insectos. Me acuerdo de cierta araña que tejió su área urdimbre en un rincón de la ventana. La miraba con ternura en su trabajo delicado. Y mi respeto hacia su preciosa labor me la compensaba, cuando al abrir la ventana hací­a oscilarme los colores del iris, o cubrirse de diamantes su red en las claras auroras. Ocurrió cierto amanecer. Al entrar al cuarto de baño, en el momento de afeitarme, observé cómo bajaba un grillo y se detuvo a un lado mí­o como atento a mis movimientos. Me alegró su compañí­a aún cuando no cantase, pues generalmente lo hacen de noche. Una vez terminé se alejó y ascendió hacia el techo. Me metí­ al baño y ya no lo vi. Creí­ habí­a salido por una alta ventanilla. Al terminar, salí­ de la tina y empecé con la fricción de la toalla. El grillo bajaba por uno de los canales de metal del baño. Grillito, le dije, creí­ que te habí­as ido. Se detuvo moviendo sus largas antenas y mirándome con sus ojillos como puntitos. Alargué un dedo y le acaricié lentamente en una de las cerradas alas. Se quedó quieto. ¿Qué me querí­a decir? ¿Qué mensaje me conducí­a el grillo? Me envolví­ en la bata y le dije: hasta mañana Grillo. Entonces volvió a subir y no le vi más. Al dí­a siguiente entré al cuarto de baño con la esperanza de hallarlo. Ya no apareció y esto me desilusionó. Sin duda era como un espí­ritu cariñoso de buen augurio… Habí­a tanta simpatí­a, cordialidad en su misterio; anhelaba la aparición del grillo, a quien deseaba volver a ver para descifrar su alado mensaje.»