El museo de Bellas Artes de Bruselas exhibe a partir de hoy una inusual muestra de El Greco fuera de España, pensada para sacar a relucir lo que no se percibe a primera vista de su obra, la luz y el color, que bañan hasta sus personajes más lúgubres y penitentes.


La exposición, organizada con motivo de la presidencia española de la UE, pone por delante una faceta del pintor que «se había obviado muchas veces: El Greco no es oscuridad, es color», explica Charo Otegui, presidenta de la Seacex, organismo español encargado de la acción cultural en el exterior.
Los retratos de nobles españoles o las escenas religiosas, que marcan el legado del artista griego (1541-1614) y en esta muestra se exhiben a lo largo de una decena de salas en la penumbra, están iluminados con una técnica por la que se requirió un «gran estudio» que permitiera «ver la luz y el color», apunta la comisaria Ana Carmen Lavín.
El resultado es una ruptura con la imagen lúgubre de la obra de El Greco, que durante los últimos casi 40 años de su vida residió en Toledo (centro): «Hemos aportado el primer grano de arena» de una nueva revisión de su trabajo, que contribuyó a crear los movimientos expresionista y cubista, dice Lavín.
La retrospectiva, bautizada «El Greco 1900», es también un homenaje a dos intelectuales españoles que redescubrieron a inicios del siglo XX su obra, desdeñada hasta el momento por las corrientes y gustos que emergieron tras su muerte.
Manuel Bartolomé Cossío, autor de la primera monografía de El Greco, y su amigo y comerciante, el marqués de Vega Inclán, quien fundó el Museo Greco de Toledo que este año celebra su centenario, «redescubrieron la modernidad que representaba su obra», destaca Otegui.
Este espíritu innovador se ve reflejado en la cuarentena de obras expuestas en el museo de Bellas Artes, que arranca con la serie de retratos de la elite toledana que supusieron una «revolución psicológica» en este arte.
Los retratos del arquitecto Antonio de Covarrubias o del médico Rodrigo de La Fuente, de fondos monocromáticos, dejan al descubierto el alma de estos personajes, gracias al trabajo minucioso sobre la expresión de los rasgos y la palidez de la tez, que contrasta con los atuendos negros.
En las escenas religiosas, que El Greco pintó en su taller por encargo de la alta sociedad de Toledo, se hallan las figuras más alargadas y sombrías que caracterizaron su trabajo, aunque algunas de las obras expuestas pertenecen a sus asistentes y otras, simplemente, se desconoce si las pintó el maestro o el discípulo.
En «Las lágrimas de San Pedro», el largo cuello y los brazos descompensados del santo refuerzan los sentimientos de devoción y arrepentimiento que El Greco ilustraba en tiempos de la Contrarreforma, que el rey Felipe II defendió para expandir la fe católica.
Para compensar la ausencia de la obra maestra del pintor, «El entierro del conde Orgaz», que no puede salir de España por problemas de conservación, el recorrido de la muestra está interrumpido por un montaje visual que reproduce sobre los muros de una sala a los asistentes del entierro, dando la impresión al visitante de que ingresó en el óleo y participa en el sepelio.
La retrospectiva finaliza con la última serie de El Apostolado, un conjunto de pinturas de los apóstoles y de Cristo que representa el verdadero testamento pictórico del artista, de formas totalmente liberadas y ropas de colores en eclosión.
Traer a El Greco a Bruselas con motivo de la presidencia de la Unión Europea (UE) que España ejerce este semestre ha sido una elección «muy acertada», se congratuló Otegui.
Para la presidenta de la Seacex, Domenikos Theotokopoulos «El Greco», que nació en la isla de Creta y vivió en Italia antes de trasladarse a España, representa esta libertad de movimiento de la que disfrutan hoy en día los artistas europeos que «buscan en cada lugar su propia inspiración».
Según Lavín, la muestra, abierta hasta el 9 de mayo, es una «ocasión excepcional de ver» la obra del artista en el extranjero, «un lujo irrepetible».