El golpe a la democracia


La crisis que se ha generado en Honduras y que nadie parece prever cómo terminará, puede regresarnos a un pasado que ya creí­amos superado. Me refiero a esa etapa de golpes de Estado, represión, estados de sitio y toques de queda. Honduras nos recuerda que la democracia en nuestros paí­ses está pegada con saliva, que no nos caracteriza precisamente ese espí­ritu de tolerancia y respeto a las diferencias que parecen ser condición indispensable para vivir bajo ese sistema.

Eduardo Blandón

Nos recuerda también que los poderes de facto siguen vivos, y que, cuando las cosas convienen a oligarcas y ejércitos se comprenden muy bien. Todo, por supuesto, con la aprobación de unos operadores polí­ticos, siempre, eternamente amañados y corruptos. La situación hondureña nos hace despertar, si es que fantaseábamos ilusamente con una realidad distinta, y darnos cuenta de que aún estamos en pañales en cuanto a madurez polí­tica y tolerancia se refiere.

Evidentemente si lo de Honduras lo vemos con buenos ojos podrí­amos decir que un evento así­ es «comprensible», que los pueblos, como las personas, caen en tentaciones, se equivocan y tienden a deshacer el camino y volver la vista atrás. Que esta situación no hará sino madurar al paí­s y cimentar más sobre roca el sistema democrático. Pero mentimos en que una consideración así­ es tremendamente optimista, fantasiosa y falsa.

Lo que sucede en Honduras es lo mismo que sucede en los demás paí­ses centroamericanos: una inmadurez polí­tica de campeonato conjugada con ambiciones desmedidas. Nada extraordinario si consideramos la evolución de las naciones. Quiero decir, que parece que desde el nacimiento de esta República, nada ha cambiado en la manera de hacer polí­tica de los protagonistas de los partidos. Una revisión rápida a la historia confirmarí­a mi conjetura. Seguimos con el mismo esquema mental de buscar el beneficio de unos pocos en detrimento de una gran mayorí­a que no importa nada.

Como seguimos así­, como somos tercos, obsesionados y con cabeza dura, no es difí­cil adivinar, que nos costará mucho salir de nuestras complicaciones económicas.

Tendremos pobreza para rato. Con el «plus» de la inestabilidad polí­tica de la que casi nos habí­amos olvidado; como dirí­a Monterroso: el dinosaurio sigue todaví­a en su lugar. Estos paí­ses parecen condenados a la inmovilidad y a la eterna permanencia. Somos los paí­ses de la secular repetición, los de siempre lo mismo.

Lo verdaderamente grato y sorprendente serí­a que los polí­ticos hondureños rectificaran, acepten que se precipitaron y que expresen arrepentimiento por tanta ambición. Pero ya ve que eso es como soñar un viaje al espacio. Lo más seguro es que persistan en el error, busquen el apoyo de los Estados Unidos (siempre dispuestos sus polí­ticos a la marrullerí­a y a la búsqueda de sus propios intereses) y a intentar consolidar el golpe de Estado. Estando así­ las cosas, se sienta un mal precedente para los demás paí­ses del istmo.

Atentos porque con un modelo así­, el próximo presidente que puede ser expulsado puede ser el nuestro. Y mire que no quiero dármelas de agorero.