El genio de Herbert Von Karajan (II)


En la columna de hoy continuamos exponiendo el carácter musical de ese genial director de orquesta Herbert von Karajan (1908-2008), y como homenaje del autor a Casiopea, alegrí­a deshojada, luz que me aprisiona, sonoridad de fuente, enhiesto trigo maduro y alta estrella de mar danzante en la constelación Marte, dulce posada en mis oí­dos.

Celso Lara

En tal sentido, en el verano de cada año la familia Karajan se instalaba en la espectacular región de lagos y montañas que se encuentra al este de Salzburgo. A una hora y media de viaje en automóvil de esa bella ciudad se encuentra una zona de lagos que tiene de tres a nueve kilómetros de largo.

Son frescos y transparentes, de un color verde-azulado y cada uno de ellos se halla oculto como un tesoro entre las montañas que se yerguen desde sus márgenes.

Los Karajan poseí­an una casa en Grundlsee, el lago más alejado de Salzburgo, un paraje pequeño y muy hermoso. Contemplando este paisaje, recordamos la música de Karajan, el énfasis que pone en el sonido grandioso, su insistencia para que se escuchen todos los matices, su exigencia de que haya una separación precisa y una fusión oscura, el legado de la obra en su totalidad. Es sin duda un hombre de la montaña, el hijo de la idí­licamente bella y la misteriosa mágica Grundslee, donde el resto del mundo no existe cuando uno es un niño que crece.

El medio que rodea a un niño, determina en él ciertas pautas. Aquél que ha crecido en Salzburgo y en Grundlsee no encontrará fácilmente nada que mejore esa visión estética inicial.

Los lagos montañosos de Austria poseen la grandeza del Colorado sin su rusticidad. Son enclaves verdes, hospitalarios; no hostiles ni amenazadores. El aire es fresco incluso en verano.

Cuando von Karajan era joven, todas las personas amantes de la música estudiaban piano. En una ciudad como Salzburgo, además del festival que se realizaba cada año, habí­a una orquesta que comprendí­a a unos 60 músicos que ofrecí­an seis conciertos al año.

No se podí­a aprender mucho con ello. El maravilloso invento de los discos se produjo entre las dos guerras mundiales. Para aprender ópera y música orquestal se debí­a de emplear partituras para piano. Una orquesta reducida a un piano. Naturalmente, jamás reproducí­a el sonido real.

Dice el maestro Karajan: Cuando uno tocaba un acorde determinado, debí­a imaginar el complemento de los bronces o de otros instrumentos. Siempre debí­amos transportar nuestra experiencia musical al sonido real.

En la actualidad, un alumno tiene a su disposición cinco o diez grabaciones, diferentes de una sinfoní­a de Brahms. En nuestra época, nos llevaba más tiempo aprender, pero creo que nuestro aprendizaje era más sólido que el de los estudiantes de hoy. Estoy convencido de ello.

La sed de música de von Karajan cuando era niño se veí­a en parte satisfecha por los frecuentes viajes a Viena, donde entró en contacto con el mundo de los artistas como Leopold Godowsky, el gran pianista discí­pulo de Camille Saint-Saí«ns y donde escuchó ópera y música sinfónica.

Von Karajan también deseaba ser un pianista profesional, pero tení­a un problema: los tendones de los dedos eran anatómicamente anormales y se inflamaban con facilidad. De manera que de tanto en tanto, debí­a interrumpir sus estudios. En la escuela, estudiaba materias humaní­sticas: Psicologí­a, filosofí­a y otras.