El General en su laberinto


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Aún resuenan con asombro en mi cabeza aquellas palabras de un personaje gritón vestido con uniforme militar que por televisión regañaba (intimidaba) al pueblo entero los domingos. Empezaba la penúltima década del siglo XX, el centro de la ciudad era eso, el centro; la 6ª. avenida era la de mayor popularidad, hoy se la visita como el nuevo adorno de la zona 1; dominaba el neón y los buses costaban quince centavos; la ciudad ya empezaba el desborde de sus límites geográficos. Era el tiempo de los golpes.

Julio Donis

 


Al mismo tiempo, fuera de esas fronteras metropolitanas ocurría uno de los mayores crímenes de la humanidad, una guerra se acercaba a su final después de haber alcanzado la sinrazón de la crueldad extrema; la guerrilla no había dimensionado el poder de su oponente y el Ejército no quería ser exactamente consciente de lo anterior. La moral del General era la del padre autoritario que después de pegar (arrasar) enarbolaba un sermón que se basaba en los valores religiosos, los de la familia y los del imperio de la ley. Aquellos gritos de tono mesiánico casi se han extinguido, esos alaridos solo resuenan en un pasado irresuelto y el General yace hoy sentado frente a la justicia, callado y reticente de declarar o de aclarar, solo se hablará a sí mismo y seguirá tratando de engañar a su conciencia. La sociedad guatemalteca está a las puertas de uno de los juicios más esperados, el de una de las figuras ícono de la guerra interna. Dentro de las paredes de la Corte aguarda la incertidumbre, hay riesgos, habrá presión política, hay esperanzas en los corazones de miles de familiares de víctimas y hay un atisbo de justicia para que el pasado no quede impune. Faltan dos meses para que la posibilidad de ese juicio se lleve a cabo; previo, el Ministerio Público deberá concluir su investigación que respaldará la acusación al General por el delito de genocidio. El debate jurídico desencadena ya un debate de orden público y nacional como no lo hará ningún otro. Debe ser así, extenso, amplio, clarificante, profundo, doloroso inevitablemente. El reto no es solo para un sistema de justicia que apenas empieza a remontar la marca contrainsurgente con la que fue creado para perpetuar la impunidad de sus ideólogos. El desafío también es para la sociedad de este país, debe ayudarnos a asumir que el horror cometido jamás se debe olvidar, se puede ayudar a resolver con justicia pero jamás borrar. Y eso pasa por asumir que la condición de víctimas de esa guerra, los sitúa como un sujeto político sobre la realidad que lo que se cometió fue un crimen de Estado. Algunas de las primeras opiniones que se exponen en los diarios le conceden desde ya el beneficio de la duda al General, relativizan su implicancia directa en la orden de las matanzas, justificando la complejidad del aparato militar y de la ya puesta en marcha de un plan del que el General solo fue un parapeto. Eso supone una estructura castrense en extremo compartimentada. Otra opinión indica que la libertad con las que actuaban las fuerzas de tarea militar no era del todo sabido por el comandante en jefe, el General; este es el caso de los columnistas Font y Berganza. Otras como De Palomo hace una defensa oficiosa desvalorando la argumentación de la Fiscalía, desvalora entre otros, la alusión que se hace del Manual de Guerra que indica que la “política era contrainsurgente”, ella dice que no podía ser de otra forma. La jueza Carol Flores aludía la senilidad como factor para justificar las medidas sustitutivas el jueves pasado por la noche; hay leyes como la argentina que jamás tomarían ese elemento en cuenta para no dictar medidas sustitutivas en un caso como éste, aunque los militares argentinos no fueron como los guatemaltecos. La complejidad de la guerra vivida y la oscuridad de la organización de sus perpetradores me llevan a pensar como imposible desligar de responsabilidades en la cadena de mando, sobre un horror como el que se cometió.  Mientras este debate va tomando lugar los espacios se le reducen al General, primero fueron las fronteras del país cuando se dictó orden de captura internacional por el Estado de España, ahora su entorno se reduce a las paredes de su recinto, veremos hasta dónde queda recluido. Aun me desconciertan aquellas palabras del General que gritaba “no vamos a matar, vamos a asesinar”. Me pregunto si ¿alguna vez el dolor le podrá ver la cara a la razón?