Corea del Sur ha movilizado a decenas de miles de policías y civiles para garantizar que se realice sin incidentes la próxima cumbre del G20, un acontecimiento percibido como una consagración por este país.

Un retrato gigante de la campeona olímpica surcoreana de patinaje sobre hielo Kim Yu-Na, la deportista más popular del país, adorna una de las plazas de la capital proclamando: «la cumbre del G20 en Seúl será determinante para el porvenir de Corea del Sur y del mundo».
Para los organizadores de la cumbre, que se realiza el jueves y el viernes, no se trata de una exageración. La cumbre del G20 es vivida como una consagración en este país, que se reconstruyó sobre las ruinas de la guerra de Corea (1950-1953).
Seúl fue sede en 1988 de los Juegos Olímpicos y coorganizó en 2002 la Copa del Mundo de Fútbol. Pero esta cumbre, que reúne a los dirigentes de los países más poderosos del mundo, será un acontecimiento diplomático para Corea del Sur, que pasó en pocos años de ser país receptor de ayuda internacional a convertirse en país donador.
Inmensas banderolas dedicadas al acontecimiento adornan las fachadas. Las calles de la capital fueron renovadas y decoradas con cestos de flores. Miles de empleados municipales participaron en la limpieza de la ciudad, y en los canales de televisión abundan los reportajes al respecto.
Los manifestantes, que van desde los defensores de los osos en China a los críticos de los planes de rescate de los bancos, aprovechan la presencia masiva de los medios de información.
Frente a ellos, las autoridades prepararon un plan de seguridad excepcional: 50.000 efectivos de las distintas unidades de policía protegerán la cumbre, y oficiales armados con ametralladoras patrullan ya en el metro y en otros lugares públicos.
Las manifestaciones estarán prohibidas en un radio de 2 km alrededor del edificio en el que se celebrará la cumbre, el cual estará rodeado a su vez de una barricada de 2,2 metros de altura.
Una ley de excepción fue votada para prohibir ciertos lugares a los manifestantes y autorizar al ejército a apoyar a la policía si fuese necesario.
Se le prohibió la entrada a Corea del Sur a más de 200 extranjeros, 184 de los cuales fueron detenidos en ocasión del G20 de Pittsburgh en septiembre de 2009.
No obstante, los militantes altermundialistas prometieron que miles de personas harán oír su voz en las calles.
El domingo, miles de manifestantes protestaron ya contra la reunión, y la policía utilizó gases incapacitantes para dispersar a los que trataban de forzar las barreras.
Corea del Sur, que tiene a veces la impresión de no ser reconocida como merece y teme ser confundida con su vecino del Norte, tiene la firme intención de demostrar que su organización de la cumbre es un éxito.