El futuro y su fetidez


Con demasiada frecuencia apelamos al futuro, tiempo que innegablemente tendrí­a que ser mejor que el presente, razón por la que cada vez que la ocasión lo permite y las condiciones lo exigen, abrazamos en ese tiempo que aún no llega el salvarnos de manera momentánea de esta cotidianidad que espanta.

Elmer Telon
etelon@lahora.com.gt

El futuro y sus innumerables posibilidades se transforma en la única cura posible de todos los padecimientos sociales que se burlan de nosotros, razón por la cual, el futuro, siempre es esperado; lo llamamos pronunciando su nombre con constancia esperanzados que una de tantas madrugadas por fin traiga esa nación que existe, hasta hoy, únicamente en nuestra imaginación.

La complicidad entre nuestro optimismo ingenuo y los dí­as que no llegan tiene ya bastante rato; como bien lo dijo en una ocasión el doctor Eduardo Suger, «Guatemala parece la gran máquina del tiempo», algo se nos ha congelado dentro imposibilitando cambiar el núcleo de este pequeño feudo.

El resultado de ese congelamiento colectivo, sea esté planificado o no, se vuelve cada dí­a más evidente, y ese futuro en el cual tanto se confí­a va expidiendo con mayor intensidad un olor a baño de cantina.

La fetidez actual se ejemplifica de una forma bastante sencilla: las mismas personas han hecho uso del inodoro público durante demasiado tiempo, sin ningún otro fin que el de usarlo para un beneficio familiar o partidista, dentro de ellos la higiene no es un referente. Lo que quiero decir es que nuestro futuro lo continúan haciendo mierda desde hace siglos, mientras la multitud únicamente observa.

Esto demuestra que la cotidianidad no ha surgido de la nada, ni es la condena enviada por alguna deidad, lo que vivimos es el resultado de la ambición de pequeños grupos, aunado a la cobardí­a e indiferencia con la que nosotros hemos contribuido edificando este desmadre.

Si distribuimos responsabilidades muchos podremos asegurar que nuestra culpa es mí­nima, el silencio asesino y la apatí­a serán nuestras más grandes faltas, la responsabilidad escrita con MAYíšSCULA es de quienes a lo largo de estos años han asumido y hecho mal el trabajo de dirigir las conciencias de millones de personas.

La clase económica que también es la clase polí­tica deben asumir (cosa que por antecedentes históricos no sucederá) su deuda con Guatemala y con los brazos que de forma secular han entregado su fuerza por generaciones.

El futuro ofrece innumerables posibilidades, las ha ofrecido siempre, no obstante, los resultados como nación no han cambiado las estructuras que predominan desde hace siglos.

El tiempo nos ha enseñado que quienes han confiado en el futuro como remedio de los vicios de una vida social convulsionada han determinado que cualquier tiempo pasado fue mejor que el presente, y es que el futuro es una ilusionista sino cuenta con una multitud que construye, exige y rechaza.

Debemos entender que la indiferencia nos asesina, y la única forma de cambiar nuestra realidad es calibrando en nuestra propia alma la desdicha y dolor de quienes más padecen en esta mal llamada sociedad.