La Organización de Estados Americanos es un organismo multinacional que agrupa a los países del continente americano, desde Canadá hasta la Patagonia, pasando por todo el Caribe y su historia está llena de manchas por actitudes que ha tenido que han sido contrarias a lo que debieran ser los fines de una organización de ese tipo y naturaleza. En pocos lugares se ha visto tan claro aquello de que quien paga manda, como en el manejo de los negocios americanos, porque la enorme dependencia que se tiene de los aportes norteamericanos ha comprometido la política regional.
Como siempre ocurre en estos casos, hay un movimiento pendular y lejos de buscar la reforma del sistema interamericano con la inclusión de todos, ahora se plantea la creación de un nuevo ente en el que se excluyen expresamente a Canadá y Estados Unidos, generando una polarización que no ayuda a la integración continental.
Hay que decir que la política de Estados Unidos hacia América Latina ha sido de un creciente desinterés por lo que consideran como su patio trasero. Los indicadores de los últimos años evidencian que ni para la Casa Blanca ni para el Departamento de Estado, América Latina tiene importancia y cuando se toman decisiones generalmente se actúa con el convencimiento de que es éste, en efecto, apenas un patio trasero y así es el trato que recibimos.
La geopolítica actual ha desplazado los intereses que a mediados del siglo pasado fueron tan intensos con nuestra región, especialmente cuando se trasladó para acá la guerra fría, al punto de que hoy en día no se puede hablar de una política específica. Y han trasladado a la OEA la responsabilidad de lidiar con los problemas del área y para ello se encargan de poner a figuras manejables y dóciles, como José Miguel Insulza y sus predecesores, que son en realidad una especie de procónsules ejecutando las directrices que reciben de Washington.
Eso terminó por destruir a la OEA que no vale un centavo y por ello ahora los países buscan nuevas formas de organización. El problema, hay que decirlo, es también de infraestructura y dinero. No es fácil tener delegaciones en todos los países y una sede central para albergar embajadores de cada Estado miembro. Todo eso cuesta mucho dinero además de los programas que habría que impulsar en forma multilateral. Y el presupuesto de la OEA es prácticamente sufragado por Estados Unidos, lo que obligaría a aportaciones muy fuertes a países pobres. El gran obstáculo para acabar con la patraña de la OEA será justamente el económico y la fuerza de Washington en el sistema interamericano seguirá siendo su control financiero de ese organismo.
MINUTERO:
Ya tendremos para el caldo
porque viene el aguinaldo;
entre fiestas y parranda
todo mundo se desbanda