A este año le quedan pocas horas. Cuando concluya se irá con él la primera década de este siglo. Los recuentos en el plano internacional abundan. Los dos períodos del tristemente recordado George W. Bush ocupan un espacio casi inevitable, como lo es también el derribado del «World Trade Center» en Nueva York, las guerras de Afganistán e Irak y el socio norteamericano perverso y satanizado del Al Qaeda. ¿Y nosotros en el ámbito nacional que podemos rememorar?
Esta primera década del siglo XXI fue recibida bajo el signo de las promesas derivadas de la suscripción de una paz emblemática, pero cargada más bien de simbolismo. Porque si la paz es desarrollo, si el desarrollo es mejora de condiciones de vida y si éstas se desenvuelven en el marco de un amplio espectro de oportunidades para todos, es decir una democratización de la economía, con justicia, equidad y dignas relaciones entre todos los sectores sociales%u2026 las promesas aún siguen esperando ser cumplidas.
Fue allá por el mes de mayo del año 2000 que se firmó en un lujoso hotel de la zona 10 el acuerdo mediante el cual se convenía impulsar la concreción del Pacto Fiscal, promovido por los llamados Acuerdos de Paz y gestionados en el Foro Permanente de Partidos Políticos. La siempre poderosa y retrógrada oligarquía criolla se aprestó para la fotografía (también emblemática y simbólica) y después la cosa no pasó a más. La carga tributaria apenas se elevó un par de puntos porcentuales (era, es y parece seguirá siendo la más baja), y los argumentos respecto a la corrupción de la cosa pública como contrapeso para oponerse al incremento tributario han sido los mismos ayer como ahora.
La alternabilidad en el ejercicio del poder político, derivada de una autoridad electoral que a pesar del marasmo de ciertos magistrados goza de gran credibilidad y confianza, es uno de los saldos positivos en estos últimos diez años y los primeros del siglo. De hecho tres gobernantes electos sin sombra alguna de fraude electoral son su mejor carta de presentación. En ese plano, también un magistrado de conciencia electo y reelecto, es parte del saldo que me atrevo a calificar de positivo para el país, aunque a veces mucha gente cuestiona el desenvolvimiento de la temática alrededor de los derechos humanos.
En estos primeros 10 años también se acentuó el debilitamiento del Estado de Guatemala. Lo emprendido en sentido contrario en los últimos dos ha sido correcto, pero evidentemente insuficiente. El incremento de los territorios bajo control criminal, denominado como áreas rojas, es la evidencia de la pérdida de control y de un menoscabo de la presencia estatal. Su marcha es cuesta arriba, pues a ello se debe agregar la enorme desconfianza en el desempeño policíaco, así como la suspicacia y malicia que se adhiere a la mayoría de propuestas oficiales para revertir el actual estado de cosas.
Las lecciones derivadas de estos últimos diez años son difíciles de describir en tan breve espacio. Estamos corriendo hacia el vacío de nuestras limitaciones. El deterioro constante en nuestra relación con el medio ambiente, nos está pasando la factura de manera permanente. En estos primeros diez años del siglo XXI, la incomprensión del impacto ecológico derivado de la promoción de los monocultivos se está dejando de lado. Se está valorando el ingreso económico a pesar del deterioro ambiental. En el refrán popular, se está promoviendo «pan para hora, hambre para mañana». En ese mismo orden está la incursión de la «Minería a cielo abierto», con todos los horrores que le acompañan, así como su evidente maquillaje publicitario para disfrazar la desgracia que promueve.
Así las cosas estamos contemplando, como si nada, el final de la primera década de este siglo. Con el fatalismo hollywoodense que nos lleva a un cataclismo que anuncia el final de la humanidad para dentro de apenas un año, once meses y doce días. En el plano nacional con una renovada promesa de instauración de un diálogo nacional que se pinta para eventuales prometedores acuerdos, pero inconclusas acciones emanadas de aquellos, espero equivocarme. En fin tocará ahora renovar nuestros votos por un mejor futuro y augurar prosperidad para el año y la década que inicia. Promover algún grado de sensibilidad en aquellos que dicen abanderar la «responsabilidad social» y así tal vez, poder gozar todos de las riquezas de nuestro país, sin caer en las disputas seglares de quienes nos han relegado en el actual status quo caracterizado por la discriminación y marginación de las grandes mayorías.