El fin de los sueños


Gabriela tiene 21 años, ojos oscuros y una sinceridad diáfana. Le gusta la sociologí­a, las relaciones internacionales y el futbol los domingos. Tiene sueños, esperanzas, una hermana menor y, además, es bilingí¼e.

Gerson Ortiz
lahora@lahora.com.gt

En julio del año recién pasado, Gabriela metió tres vestidos, cinco blusas, unos cuantos pantalones y dos pares de zapatos en una valija muy pequeña; y emprendió el viaje a su paí­s natal, luego de estudiar por tres largos años en Costa Rica.

El absoluto desamparo del Estado del paí­s donde nació (Guatemala), hizo que desde niña, cuando perdió a sus padres, buscara la ayuda de organizaciones sociales para salir adelante; eso hizo que una ONG la apoyara con sus estudios de diversificado, los cuales sólo pudo cursar en Costa Rica. Actualmente estudia en la Escuela de Ciencia Polí­tica de la Usac.

La necesidad de conseguir un empleo la hizo recurrir a los anuncios clasificados donde procuraba seleccionar una opción que no afectara directamente sus estudios en la Universidad, los cuales por esa misma razón, debió mover de la mañana a la noche.

Finalmente, uno de tantos lunes de julio, el impreso que consultaba ofrecí­a una oportunidad de trabajo que bien le permitirí­a, según lo publicado, continuar con sus estudios y hasta seguir siendo la portera del equipo de su colonia en los partidos del domingo: «Plazas disponibles para agentes 100 por ciento bilingí¼es, por favor mandar su currí­culo en inglés», decí­a el anuncio.

Gabriela lo intentó, y en menos de una semana le habí­an confirmado una plaza en el Call Center llamado «Transactel», donde le aseguraron: «el horario es de 7:00 a.m. a 5:00 p.m., de lunes a viernes y la vamos a capacitar por dos semanas».

«Good», debió responder Gabriela, quien, en español, debió pensar que aunque el salario no llenaba sus expectativas y llegarí­a minutos tarde a sus clases, valdrí­a la pena.

Tres dí­as después de su capacitación, vino la firma de un contrato. El documento establecí­a que el trabajo serí­a por ocho meses, en tres horarios (que nada tení­an que ver con el que le habí­an prometido), y de lunes a domingo. Eso no fue todo: el contrato decí­a que si esa empresa le ofrecí­a trabajo, y Gabriela lo rechazaba, debí­a pagar el costo de la capacitación: Q4 mil aproximadamente. De pronto, la joven estudiante sancarlista se vio en un callejón sin salida.

El anterior es sólo uno de miles de casos en los que los jóvenes tienen que «adaptarse» a jornadas excesivas de trabajo, con salarios miserables y, además, abandonar algo tan importante para el desarrollo del paí­s como es la educación superior.

La visión estructural-funcionalista del Estado hace que determinado grupo de la sociedad plantee: «no es que haya desempleo, es que Gabriela no quiere trabajar».

Si los «Tiempos de Solidaridad», dejaran de ser un eslogan o una simple teorí­a y el actual Gobierno hiciera una aplicación fundamental de ese principio, Gabriela podrí­a trabajar, estudiar y hasta llegarí­a a tiempo para el futbol del domingo.