Cuando en la última convención nacional del Partido Demócrata uno de los oradores más promocionados fue el joven abogado Barack Obama, del estado de Illinois, en los medios de prensa de Estados Unidos se dijo que había nacido una nueva estrella y es que la carismática personalidad de este senador y el tono esperanzador de su discurso hizo recordar a muchos la figura surgida poco menos de cincuenta años antes, cuando el también novato senador John Kennedy hizo su aparición en la escena nacional en una convención partidaria.
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Ahora Obama es ya oficialmente un precandidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Demócrata y las encuestas lo ubican debajo de Hillary Clinton, quien goza de las preferencias del electorado hasta el momento. Pero uno de los datos más curiosos y que más comentan los expertos, es que entre la población negra o afroamericana, como dicen en Estados Unidos, la desventaja de Obama frente a la esposa de Bill Clinton es mucho mayor, no obstante que Obama ha sido visto como un ícono que encarga la primera gran oportunidad para elegir a un presidente negro en los Estados Unidos.
Obama es un caso especial y algunos negros no lo perciben como alguien de ellos porque creen que no vivió lo que ha tocado a la inmensa mayoría de afroamericanos en ese país. Barack Obama nació en agosto de 1961 en Hawai y su padre, hijo de un keniano que fue sirviente de los colonizadores ingleses, gozó de una beca en la universidad de Hawai donde se graduó de economista y se casó con una estudiante de raza blanca, habiendo procreado al hoy senador. El padre volvió a Kenia y la madre se casó nuevamente, habiendo viajado a Indonesia donde el joven Obama vivió durante varios años. Al volver a Estados Unidos se graduó en Columbia University.
Muchos negros en Estados Unidos consideran que Obama vivió en condiciones muy distintas porque su madre blanca le evitó lo que para la gente de su raza significaba la discriminación constante. Y por ello no lo ven como uno de ellos, por más que cuente con el apoyo de importantes figuras del mundo afroamericano de Estados Unidos, situación que puede parecer extraña pero que también ocurre en otras latitudes y con otras identidades étnicas.
Obama es una estrella en el horizonte político de Estados Unidos y tiene la ventaja de que su único rival de peso es la señora Clinton, quien si bien obtiene fuertes adhesiones, también genera enormes anticuerpos no por ser mujer, sino por su personalidad tan peculiar y especial. Obama, en todo caso, librará unas primarias en las que, como espera ahora Rigoberta Menchú en este proceso, servirán de siembra para un futuro que tienen por delante en razón de edad, aunque en su caso tiene que considerar que la posibilidad de un triunfo demócrata es latente y significaría que posiblemente sus aspiraciones tendrían que postergarse por ocho años y no simplemente por cuatro.
Su discurso fresco y esperanzador, en un país que siente la frustración derivada de una guerra sin salida, puede marcar grandes diferencias en Estados Unidos y vigorizar las opciones nuevas de una juventud que trata de marcar diferencias con la tradición política. Y si Obama libra su batalla no como el candidato negro o el candidato de los negros, su espacio se abre mucho más y podría dar la campanada. Y lo mismo puede decirse aquí de Rigoberta y su movimiento, que aparentemente mandaron a la punta de un cuerno a la izquierda radical, puesto que si no centran en el plano étnico o de género la candidatura sino en temas y propuestas de fondo, podrían ganar espacios mucho más amplios.