El fantasista, de Rivera Letelier


«El fútbol y el amor para nada son contrarios», sentencia el laureado escritor chileno Hernán Rivera Letelier a la hora de hablar de su última novela «El fantasista», en la que vuelve, aunque de otro modo, al mundo de las salitreras del desierto chileno de Atacama.


«El fantasista», publicado por la editorial Alfaguara, es «una novela que yo le debí­a al fútbol, a mis amigos de la infancia, a mis compañeros de trabajo. Es una novela que tení­a que escribir tarde o temprano», dice en Madrid este antiguo minero de la sal.

El libro se ambienta en la rivalidad futbolí­stica entre dos campamentos salitreros del norte de Chile, como los que durante más de un siglo sirvieron para extraer el «oro blanco» y que fueron desapareciendo, especialmente tras el golpe militar de 1973, hasta el punto de que ahora sólo queda uno, según el escritor.

«Hubo más de 300, ahora sólo queda uno con vida», recuerda Rivera Letelier, que saltó a la fama hace más de diez años con su novela «La reina Isabel cantaba rancheras».

Tal y como ocurrió con otros campamentos en la realidad, la salitrera de Coya Azul está a punto de ser desmantelada, pero antes se va a jugar el último partido de fútbol contra el eterno rival de Marí­a Elena, al que nunca se ha ganado.

«La gente tiene que abandonar su pueblo, donde nació, donde se casó, donde tuvo sus hijos, donde enterró a sus muertos. Para ellos es el fin del mundo, pero está ese partido y hay que ganarlo», comenta el autor.

Entonces aparece, acompañado por una mujer, «El fantasista», un mago del balón que recorre el paí­s mostrando sus habilidades deportivas y a quien los habitantes de Coya Azul quieren tener en su equipo para asegurarse la victoria.

Atraí­da por uno de los lugareños, la mujer que le acompaña tratará de convencerle de que se quede y juegue el partido.

Apasionado del fútbol y antiguo minero de la sal en el desierto de Atacama, en el que vivió 45 años, 30 de ellos como obrero, Rivera, de 57 años, recuerda con cierta nostalgia «los partidos que se armaban después de las cinco de la tarde, después de que los obreros salieran del trabajo».

«Como no tení­an adonde ir, se iban todos a la cancha. El fútbol en ese desierto inhóspito de Atacama, nos redimí­a», relata este escritor, ganador de varios premios tanto dentro como fuera de su paí­s y para quien la literatura latinoamericana «está viva, no piensa morir y cada dí­a sorprende más a los lectores».

«Maradona no inventó la rabona, la rabona la inventé yo cuando tení­a cinco años jugando con una pelota de trapo», bromea el escritor, quien a pesar del cansancio por su apretada agenda durante su estancia de dos dí­as en Madrid, se muestra muy cordial en todo momento.

Sentado en una pequeña biblioteca de un hotel madrileño, este hombre, cuyo rostro denota los años pasados en el desierto, asegura que no son incompatibles el fútbol y el amor.

«En el desierto, como en otras partes, el tipo que es bueno con la pelota tiene mucha suerte con las mujeres», asegura, antes de añadir con una sonrisa: «Como suelo decir, el sexo no le hace mal al fútbol, más bien creo que a lo mejor es el fútbol el que le hace un poco de mal al sexo», tal vez pensando en esos hombres que son capaces de dejarlo todo de lado por un partido.

Y recuerda con humor cómo, en los partidos en el desierto, algunos de los jugadores aprovechaban los descansos para hacer el amor con sus mujeres antes de volver al juego.

El escritor, a quien Francia nombró caballero de la Orden de las Letras, quiere hacer también de esta obra una metáfora y una crí­tica al balompié actual, «un negocio que ha matado la esencia del fútbol», según dice.

El personaje de «El fantasista» es «la metáfora de ese í­dolo al que todos buscamos para emular. Es como ese mesí­as que esperamos todos que nos venga a resolver los problemas y, de pronto, como en la vida real, nos damos cuenta de que es más humano que nosotros mismos», dice Rivera.

El autor de obras como «Himno del angel parado en una pata», «Fantamorgana de amor con la banda de música» o «Romance del duende que me escribe las novelas», confiesa que no siente el vací­o del escritor cuando termina una obra.

«Aún no he terminado una novela que ya estoy escribiendo la otra», dice sin más detalles.

Sólo revela que volverá al mundo que mejor conoce: las salitreras.

«Tengo un desierto entero con toda su historia para mí­ solo», concluye.