En los últimos años se ha notado en Estados Unidos el surgimiento de grupos radicales que han polarizado la vida política del país y que a partir del descrédito del Estado y de su gobierno, pretenden adueñarse, por lo menos, de la expresión conservadora de los republicanos. Los medios electrónicos de comunicación se han convertido en instrumentos de propaganda de esas visiones fascistas de una ultraderecha que es pregonera de violencia.
Lo ocurrido el sábado anterior, con el atentado que cobró varias vidas en Tucson, Estado de Arizona, y que causó heridas en la cabeza a la congresista demócrata Gabrielle Giffords, se ha visto como consecuencia de esa prédica de odio que encuentra en el movimiento conocido como Tea Party su expresión más vociferante y que ya demostró su potencial político con la conquista de varios escaños en el Congreso durante la elección del pasado mes de noviembre.
Son por lo general individuos que creen que el Estado interfiere mucho en la vida de los ciudadanos, especialmente por el tema del control de armas y fanáticos que consideran a los miembros del Partido Demócrata como verdaderos hijos del diablo. Es tan fanática y cerrada la obsesión que tienen en su contra que en las redes sociales uno encuentra expresiones que llaman a eliminar a esos «malos ciudadanos» que atentan contra lo que los radicales presentan como sus derechos sagrados, no sólo a portar armas, sino a eliminar a los que no pertenecen a ese grupo escogido de blancos, anglosajones y protestantes, WASP, que son los abanderados del movimiento.
Los hispanos se han convertido en blanco del ataque de esos radicales y no es extraño que haya sido en Arizona, uno de los Estados en donde más se ha radicalizado la postura sobre la migración, donde haya ocurrido el atentado y que muriera un juez federal que ha tenido actitudes contrarias a los Minute Man, que son una de las tantas expresiones de la superioridad que sostienen esos sectores que explotan los más bajos sentimientos de los miembros de la sociedad. Por eso se ha dicho que nunca la vida de un Presidente ha estado tan en riesgo como la del presidente Barack Obama, puesto que siendo de raza negra y demócrata es pintado como hijo de Satán por los fanáticos de esa ultraderecha que sigue cosechando adeptos entre los más conservadores que repudian el pago de impuestos y que culpan al gobierno federal de todos los males, aunque se hicieron de la vista gorda de los perjuicios causados por el último gobierno republicano de G. Bush.
Estados Unidos tiene ahora a su peor enemigo adentro y tendrá que lidiar con esos fanáticos que poco a poco sacan las uñas y se muestran como verdaderos terroristas.