En Guatemala, como en el resto de los países occidentales, los panegíricos mediáticos del neoliberalismo se resisten a aceptar que la aplicación de ese modelo económico es el causante de la crisis financiera que estremece a Estados Unidos, a Europa y Japón, además de que afectará a los países más pobres.
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Los pocos periodistas guatemaltecos que hemos criticado las supuestas bondades del neoliberalismo y su famoso derrame de la riqueza, hemos sido tildados de neomarxistas, populistas o chavistas, simplemente porque sostenemos que el Estado no debe ser un mero ente observador de la economía de mercado, sino que tiene que intervenir en defensa de los sectores menos favorecidos y debe aumentar su gasto social.
Como un claro ejemplo que quienes nos oponemos al capitalismo salvaje no somos una especie de resabio del estalinismo o cosa que se parezca, citaré párrafos completos de un artículo que publicó en El Nuevo Heraldo el columnista Andrés Reynaldo, un cubano anticastrista residente en Miami, a quien no se le puede endilgar alguna inclinación socializante.
Inicia así su análisis: «La deshonestidad intelectual es la savia del fanático. Por mucho que se esconda en sus sofismas, por vueltas que le dé a su empantanada lógica, el fanático no puede admitir error». Agrega que si el fanático admite su error, se desploma algo más importante que su sistema de ideas: la idea compensatoria de su persona. Cuando el fanático tropieza con matices, su estatura disminuye, y él siempre necesita mirarnos desde arriba.
«Ahora -precisa Reynaldo-, los fanáticos del neoliberalismo tratan, como se dice en Cuba, de dormirnos la niña. Ante el «desguabinamiento» de un modelo de mercado concebido para favorecer a la hez del capitalismo moderno, y el descalabro de su ídolo, George W. Bush, que viene a representar con el vicepresidente Dick Cheney la hez de la política norteamericana, los fanáticos se sacan de la manga (o de un trasero huequito del pantalón) algunas explicaciones que no aportan mucho a la comprensión de la catástrofe, pero que arrojan una luz de quirófano sobre su mentalidad de papisas de la explotación corporativa, sobre su inclinación sadomasoquista a satisfacer su poder, ya sea divino o terrenal».
Añade el periodista anticastrista cubano que los más inteligentes fanáticos neoliberales, aquellos cuyo ego los salva de masticar su propia corbata y salir tranca en mano a cazar infieles, ofrecen la variante viral, es decir, que la crisis financiera era inevitable, puesto que esto le ocurre al capitalismo de vez en cuando, pero que, el final será feliz, como las novelas románticas. Para estos fanáticos la crisis tiene un aleccionador valor purgativo, «así que sólo un idiota, un vago incapaz de sacrificarse por la civilización, un energúmeno que no sabe un pelo de economía, un comunista, en suma, puede escandalizarse por lo que está pasando».
En cambio -advierte-, los fanáticos neoliberales de rompe y rasga no se andan por las ramas. Son los tipos duros de la libre empresa, sin sutilezas inmunológicas. Su variante tiene la flexibilidad de las técnicas ilusionistas de Houdini y el músculo atropellador de Stalin. El fanático neoliberal comenzará por jurar que no ha ocurrido nada. Que la crisis es un cuento de Al Qaeda o una maniobra de los izquierdistas de Washington. Que todo el barullo se armó para beneficiar la candidatura del presidente electo Barack Obama.
Los fanáticos neoliberales agregarán que Bush no tiene nada que ver con la crisis, y poco importa que el mismo presidente de Estados Unidos confiese a regañadientes que sí es responsable. Porque la función del fanático -puntualiza Reynaldo- es defender el dogma por el dogma. De nada vale que desde Warren Buffett a Karl Rove («que viene a ser como la Virgen María de los fanáticos neoliberales») digan que esta crisis obedece a una política económica basada en la desregulación gubernamental y el laissez faire de las corporaciones y los bancos.
(A Romualdo Tishudo le encantó esta frase de Reynaldo: Los fanáticos neoliberales son los papagayos de la codicia, chupatintas de la opresión; pero el neoliberalismo se les hizo añicos de tanta injusticia, de tanto robo, de tanto descaro, de tanta inhumanidad. Se acabó, caput, finito, c´estfini).