El Estado, los ilegales y los derechos humanos


Un analista ha manifestado que cada dí­a se van subrepticiamente hacia México, Estados Unidos de América, España y Canadá alrededor de 200 guatemaltecos como huyendo de la penosa situación reinante aquí­.

Marco Tulio Trejo Paiz

Si esa es una realidad, tenemos que lamentar la gran corriente o incesable de emigración de connacionales que, se supone, sufren una serie de problemas y necesidades vitales.

Pensamos que no todos abandonan la patria motivados por las malas condiciones ocupacionales que privan en nuestro empobrecido y caótico solar centroamericano.

Muchos compatriotas, en su mayorí­a obreros, campesinos -incluso indí­genas- y otros urbí­colas se irán a sabiendas de que serán ví­ctimas de extorsiones, detenciones policiales, hambrunas, prisiones, incomodidades y otros problemas.

México anda mal, muy mal en lo atinente a la economí­a, al caos, a las vandálicas o terroristas acciones de los narcotraficantes y a toda una gama de hechos criminales y delincuenciales como quien dice al por mayor, irremediables hasta hoy, y quien sabe si hasta la resurrección de Judas Iscariote arrepentido de su feloní­a…

La emigración de millares y millares de chapines ha sido desde que las fronteras mexicanas y estadounidenses, principalmente, han estado débilmente vigiladas, no como hoy que los guardafronterizos las cuidan o recorren bien armados en helicópteros y hasta con feroces perros de presa amaestrados, aunque siempre, con las despiadadas mordidas de los coyotes pueden colarse muchos. otros que se ven obligados como puedan, después de ser desplumados a la usanza mexicana ad limitum…

Pobre gente la que se va saltando los bordes territoriales de varios paí­ses de este y de otros continentes, porque sufre todo un ví­a crucis. Y nadie que sepa discernir lo que ocurre dirá en su fuero interno que los emigrantes indocumentados tienen derecho a permanecer en territorios extraños, porque cada Estado tiene perfecto derecho a velar por su seguridad y, por lo tanto, los intrusos deben desandar el camino y no hacerse fuertes sin haber adquirido pasaportes o «tarjas» como dicen los modestos labriegos de nuestro braví­o sector oriental… Los derechos humanos tienen limitadas sus facultades, por lo cual sus gestiones en pro de los que se van son infructuosas relativamente.

A pesar de las promesas de campaña de mister Barack Obama, cuya verdadera nacionalidad está siendo polemizada por polí­ticos y otros ciudadanos norteamericanos (él asevera que es yanqui de pura cepa nacido en Hawaii, más otros dicen con base documental que vio la luz del dí­a y dio el primer chillido en ífrica. ¡Sepa Dios o satanás quién tiene la razón!

Consideramos nosotros, pobres indoctos, que el tratamiento que debe darse en América, en Europa y en otras latitudes del mundo a los que a hurtadillas de las autoridades se pasan a saltos las fronteras de las naciones, deben retornar a su suelo natal sin refunfuñas, sin emberrincharse, sin protestar, porque deben comprender que cada Estado, todos los Estados, merecen absoluto respeto a sus legí­timos e inalienables derechos conforme a su soberaní­a, a su libertad y a su independencia, y ese es el caso de los Estados Unidos de América que, por cierto, vive amenazado por bestias musulmanes y aun por los que temerariamente quisieran atacar hasta cambiar su estatus con el avieso propósito de debilitarlo para fundar el imperio de los Castro, de los Correa, de los Morales y de otros que están mangoneando en unos paí­ses sudamericanos.

Hay entes que, como sin querer queriendo, se prestan a las acciones de los azores y de otras aves de rapiña a las jugarretas contra el águila del norte que salvó a toda la humanidad contra las pretensiones de la bestia nazi, incluida la Unión Soviética, cuyos responsables también se prestan a colaborar con entes internacionales para lograr su estabilidad en las chambas y seguir percibiendo los enjundiosos estipendios y aprovechando toda una sarta de privilegios, sobre todo las francachelas en las pomposas ceremonias. .