Platón, en la República, habla del surgimiento de la ciudad Estado y con ello, la búsqueda y el encuentro con la justicia. El ineludible vínculo que une a los seres humanos entre sí, que se refleja en los clanes, fratrias, tribus y sociedades, es el inicio de la polis y de las complejas relaciones sociales entre sus miembros.
Básicamente, indica Platón, justicia es darle a cada quien lo que le corresponde; pero no solo eso, sino situar a cada persona en el lugar que le pertenece.
Pero, ¿cuál es el lugar que le corresponde a cada persona? ¿Es de acuerdo a sus aptitudes, deseos, aspiraciones o por su desempeño en la vida?, ¿Debe ser una designación propia o por el contrario, una determinación del Estado? Cuando Platón describe el origen de la ciudad, plantea la necesidad y derecho que tiene toda persona de satisfacer sus necesidades y no solo eso, también la búsqueda por alcanzar su bienestar. Así, a la satisfacción de una necesidad le sigue una nueva y a ésta otra. Es más, los seres humanos no se conforman con satisfacer únicamente las necesidades del cuerpo, también aspiran a las del espíritu. Calmar sus perturbaciones y alejarse del dolor es parte de ese encuentro con la felicidad.
Tales deseos requieren la presencia de personas que contribuyan a la producción de bienes, satisfactores para las necesidades de cada uno de los miembros de la sociedad. Para ello, la especialización del trabajo se hace necesaria. En consecuencia, cada individuo debe de estar en el trabajo en donde mejor se desempeñe. Por el contrario, sería pervertir el orden si una persona diestra en el arte de fabricar ropa, la pusieran a cocinar alimentos. Una ciudad, un Estado justo es aquel donde cada quien está en su lugar.
El Estado irrumpe como el ente que regula la producción de bienes, administra los mismos y establece las reglas del juego para la convivencia en sociedad. Para Bastiat constituye la fuerza, la fuerza común instituida no para ser entre todos los ciudadanos un instrumento de opresión y de expoliación recíproca sino, por el contrario, para garantizar a cada uno lo suyo y hacer reinar la justicia y la seguridad. De forma diferente Lenin influenciado por Karl Marx, señala: el Estado es una organización especial de la fuerza, es una organización de la violencia para la represión de una clase cualquiera. Para Max Weber el Estado es la fuente de la legitimidad del uso de la violencia. Y es que para preservar el sistema, este ente recurre a la represión.
En cada una de las concepciones, el Estado constituye el ente regulador de la convivencia en sociedad. Pero mientras Bastiat se refiere a éste dentro del deber ser, partiendo de la idea que taxativamente debe regular la existencia de las personas en sociedad bajo el imperio de la justicia, Lenin, por el contrario, muestra al Estado como el aparato represor que mantiene la hegemonía de una clase sobre otra. Al estar el Estado íntimamente ligado al ejercicio del poder, su finalidad estará determinada por los intereses que pretenda el que lo ostente a partir de los distintos modos de producción que se han desarrollado a lo largo de la historia.
Historia de injusticias o el derecho del más fuerte
Así, lo que le corresponde a cada persona tiene que estar resguardado por el Estado. No es que éste les asigne las tareas a realizar como una forma de totalitarismo, sino que les indique para lo que son más aptos. Y no solo eso, que se le dé a cada individuo la oportunidad de formarse y desarrollar ese potencial. No obstante hay aspectos que toda persona debe tener garantizados para su desarrollo y crecimiento en sociedad desde el mismo momento que nace y es el derecho a la vida y a una existencia digna. Por consiguiente, una sociedad justa es donde se protegen los derechos inalienables de las personas. Y por el contrario, una sociedad es perversa cuando se garantizan los derechos de unos en detrimento de la mayoría.
Planteada de esa forma la justicia, a lo largo de la historia de la humanidad ha habido pocos momentos donde ésta ha prevalecido. Desde que aparecieron los excedentes, al final de la comunidad primitiva, con el surgimiento de la propiedad privada, durante el esclavismo, en el feudalismo y en el capitalismo el deseo exacerbado de unos por acumular riqueza, ha imposibilitado que otros, la gran mayoría, puedan satisfacer en una mínima parte sus necesidades. Se inicia con ello la injusticia en donde unas personas se apropian del trabajo de otros sea a través de la violencia o por situaciones circunstanciales, creándose con ello la sociedad perversa. Y es que como indica John Rawls, se caracteriza a una sociedad bien ordenada como una sociedad planeada para incrementar el bien de sus miembros. No lo es, cuando el Estado preserva el bienestar de unos pocos en perjuicio de los otros.
En tal sentido, una sociedad es justa cuando provee a cada uno de sus miembros de los medios para desarrollarse y a su vez, cada individuo está en el lugar que le corresponde. Pero para que eso ocurra, se le debe proveer a cada uno de los satisfactores básicos para su subsistencia; devolver a cada persona su calidad de seres humanos y no de mercancía, como sabiamente lo señalaba Karl Marx. Por otra parte, el contrato social del que hablaba Rousseau, que puso fin a un estado de naturaleza y dio inicio a una convivencia social, restringió la libertad individual y la situó dentro de un marco social. De ahí que el pacto trajo consigo la imposición de normas y prescripciones para una convivencia social. De tal forma que en sociedad existen acciones que están permitidas y otras que están prohibidas.
El Estado como ente regulador de las relaciones sociales
Preservar el bienestar de cada uno de los miembros de la sociedad es lo que tiene que garantizar todo Estado justo. Pero para ello tiene que establecer una ruta a seguir. Puede, por una parte, resguardar como un principio esencial la libertad individual en todos los órdenes, sean estos económicos, políticos y jurídicos. Libertad que no tiene sentido sin la responsabilidad. Y por otra, garantizar previamente los satisfactores básicos de subsistencia que permitan a cada individuo su desarrollo pleno y así asumir la libertad.
La primera forma la constituye el liberalismo, en donde la justicia tiene que ver con la garantía de las libertades del individuo. Se es humano mientras se es libre y por lo tanto, el Estado únicamente debe y existe para garantizar tal valor. En la otra forma, y dada las inequidades y desigualdades, es necesaria la presencia de una entidad que regule los excesos en los que incurre el comportamiento de aquellos que, tras la acumulación de la riqueza y el consabido aliciente que es el lucro, limitan y entorpecen el desarrollo de los demás.
Históricamente la justicia ha estado alejada de las distintas sociedades, siempre unos se aprovechan de otros en lo que Marx llamó lucha de clases y cuyo denominador común ha sido la violencia. Lo que tendría que ser, por ejemplo un principio de justicia, es decir, la igualdad de todos ante la ley, se corrompe tras la acumulación de capital, con el privilegio de los poderosos sobre los desafortunados. No se juzga por igual a un pobre que a un millonario. Justicia ha sido desde tiempos inmemorables, como lo afirmaba Trasímaco, el poder que ejerce el más fuerte sobre el más débil. Poder que se cimienta en la riqueza.
La concepción de justicia griega, pese a sus grandes teóricos, filósofos y hombres de ciencia, determinó el dominio de la noble aristocracia sobre la plebe, en igual forma el fomento de la esclavitud como modelo de producción justo. Con relación a esto, Aristóteles justificó la esclavitud como la forma de organización de la sociedad que permite a los filósofos tener el ocio requerido para pensar y reflexionar sobre la realidad. Sin embargo, todo ello fue una excusa para que la explotación del hombre por el hombre se hiciera posible. Más tarde el feudalismo hizo lo propio con la tierra, la idea era apropiarse del trabajo de los siervos de gleba y aunque estos dejaron de ser esclavos, se convirtieron en instrumentos de producción para explotar los latifundios, ya que dependían del empleo de su fuerza de trabajo para su subsistencia.
Con la revolución industrial, la tecnificación laboral, emerge el capitalismo y con éste se acentúa la explotación del hombre por el hombre. Se despoja a las personas de su calidad humana y es cada vez más importante el tener que el ser. Nuevamente la justicia evidencia su ausencia aunque su aquiescencia está relacionada con el derecho positivo. Se entiende de esta forma la justicia a toda acción dentro del marco social, que esté de conformidad con la ley, no importando, como sabiamente lo señaló Marco Tulio Cicerón, que puedan existir leyes prescritas por gobernantes corruptos y perversos.
Sin duda la justicia tiene que ver más con las condiciones humanas que con las circunstanciales, territoriales y culturales. Por ejemplo ¿sería justo que en los Estados Unidos los afrodescendientes no pudieran sentarse en los mismos lugares que los llamados blancos de ese país, a pesar que las leyes así lo determinaron en su momento? Derechos inalienables de los seres humanos, como el derecho a la vida, al desarrollo, a una existencia digna, tendrían que ser considerados valores supremos que determinen lo justo de lo injusto dentro de una convivencia social.
La importancia del derecho a la vida y su preservación en sociedad
Así, sobre las normas universales se construyen otras transitorias, modificables, particulares que determinan el orden en sociedad. Sin embargo, si los derechos inalienables se perturban crean caos y tensión que se refleja con el aparecimiento de la injusticia. Regularmente el homicidio, el asesinato, el robo, son crímenes que toda sociedad persigue y condena. En consecuencia, es justo reprimir a todo aquel que cometa estos delitos. El castigo que cada sociedad imponga depende de la concepción de justicia que cada Estado tenga. Así por ejemplo, la ley del talión, el ojo por ojo, diente por diente, pretende hacer creer que es justicia que si alguien mata, tenga que pagar con su vida tal crimen. Pero, ¿tiene sentido que una sociedad que pretenda ser civilizada, utilice los mismos recursos de aquellos a quienes castiga?
La sociedad tiene el derecho de reprender a todo aquel que se aparte de las normas establecidas para una convivencia armoniosa, pero antes debe construir los mecanismos pertinentes que permitan el desarrollo integral de sus miembros. Y sobre todo debe tomar en cuenta que la serie de normas y leyes que representen la estructura jurídica que ordene el accionar de cada individuo en sociedad, debe partir de principios universales como lo es el respeto a la vida. Muy acertadamente Gandhi dijo en su momento, el ojo por ojo nos dejará ciegos a todos. En clara alusión a aquellos que afirman que el fin de la violencia sólo es posible a través de la violencia.
En sociedades donde el respeto a la vida no se ha asumido como tal, donde las posibilidades de desarrollo para las personas son inexistentes y por lo tanto la miseria estremece a la mayoría, la seguridad ostenta esencial importancia. Con ello, el uso de la fuerza, la violencia y el irrespeto a la vida aparecen como formas de justicia. La historia de los linchamientos no comienza con la premisa de la sospecha. Se inicia en países donde el Estado no ha podido propiciar las oportunidades de desarrollo para sus habitantes y persiste en garantizar el privilegio de unos sobre la mayoría.
Mientras la pobreza se cierna para la mayoría de habitantes y la riqueza se concentre en pocas manos, la posibilidad de justicia se hará imposible y ésta quedará como una caricatura que será definida por el poder que ejerce el más poderoso sobre el más débil. Asimismo la seguridad constituirá el valor esencial y en consecuencia, la presunción de culpabilidad será objeto de muerte. El inicio de una sociedad civilizada comienza cuando el respeto a la vida se hace presente en sus habitantes y la pena de muerte deja de ser considerada una forma de hacer justicia.