El error y la ilusión


Hace algunos años el filósofo Edgar Morin escribió un libro con el propósito de contribuir a la reflexión mundial sobre cómo educar en el futuro.  El primer capí­tulo de su meditación se concentra en librarnos del dogmatismo, abrir nuestros ojos y situarnos en actitud de sospecha frente a cualquier filosofí­a que pretenda presentarse como verdadera.  Como sé que mis lectores tienen un interés especial por la educación, pongo a consideración algunas de las ideas del pensador francés.

Eduardo Blandón

Morin parte de un reconocimiento vital para la educación: «todo conocimiento conlleva el riesgo del error y de la ilusión».  Esta afirmación no sólo es un llamado a la humildad frente a los conocimientos propios, sino que nos pone en guardia respecto a quienes sueñan con ser poseedores de la verdad.  En realidad nuestro presunto saber es limitado, parcial y temporal.  Siempre falible.  Por esto no se puede cantar victoria y creer que ya «lo sabemos todo».  Siempre hay posibilidad de maduración, penetración de la realidad y comprensión mejor de los hechos.

 

El error y la ilusión parasitan la mente humana.  Como afirmaba Ortega, vivimos en el reino de las creencias.  Creemos muchas cosas porque así­ se nos ha enseñado, pero esas certezas no son garantí­a de verdad, podrí­an ser ilusorias, invenciones de una cultura temerosa y hasta consideraciones irreales o ficticias.  Lo más sabio, frente a la falibilidad de nuestros sentidos que pretender captar la realidad, es la vigilia, la humildad y la conciencia de sus propias limitaciones.

 

La educación debe mostrar que no hay conocimientos que no estén, en algún modo, amenazados por el error y la ilusión.  Casi se podrí­a decir que «lo natural» en el ser humano es la ficción.  Muchas de las cosas a las que el espí­ritu se aferra pertenecen a la esfera de la invención.  Vivimos, dice Morin, en el universo de la noosfera, esto es, el mundo del espí­ritu que ha recreado y construido una estructura que no necesariamente coincide con la realidad.

 

El filósofo francés da fuerza a sus afirmaciones al explicar que «la importancia del fantasma y del imaginario en el ser humano es inimaginable; dado que las ví­as de entrada y de salida del sistema neurocerebral que conectan el organismo con el mundo exterior representan sólo el 2% de todo el conjunto, mientras que el 98% implica el funcionamiento interior, se ha constituido en un mundo psí­quico relativamente independiente donde se fermentan necesidades, sueños, deseos, ideas, imágenes, fantasmas, y este mundo se infiltra en nuestra visión o concepción del mundo exterior».

 

La medicina a esta enfermedad del espí­ritu es vivir despiertos, cautelosos y sobre todo con una actitud siempre racional.  Pero, atentos, dice Morin, porque la razón también puede darnos sorpresa.  También, como decí­a Foucault, hay «voluntad de saber», que no aspira necesariamente al conocimiento, sino al dominio, entonces hay una racionalidad interesada que se convierte en «voluntad de poder». 

Comenzamos a ser verdaderamente racionales, dice Morin, cuando reconocemos la racionalización incluida en nuestra racionalidad y cuando reconocemos nuestros propios mitos, entre los cuales el mito de nuestra razón todopoderosa y el del progreso garantizado.  La educación del siglo XXI debe empezar por ponernos alertas frente al dogmatismo de la perfecta racionalidad.