Un amigo muy querido me envió un aleccionador mensaje, riquísimo por su profundo contenido, en el que me preguntaba si acaso tengo yo algún resquemor o resentimiento contra los pastores protestantes porque al hablar de la participación política de algunos de ellos, les vuelo reata muy duro a todos. Y tiene razón mi especial amigo y colega, porque he incurrido en el grave error de generalizar cuando hablo de pastores, sin hacer énfasis en las profundas diferencias que hay entre quienes por sus pistolas y sin preparación alguna deciden fundar su propia «iglesia» y aquellos que han pasado años estudiando teología antes de asumir la responsabilidad de conducir a la feligresía.
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No es, en absoluto, que como católico desprecie a quienes practican otras religiones. Por el contrario, me he esmerado en conocer otros credos para entenderlos y eso me ha provocado profundo respeto hacia cualquier manifestación de religiosidad. El tema que he abordado, y en el que las generalizaciones han resultado definitivamente absurdas, es el que tiene que ver con la participación política de los ministros de un culto, puesto que es un hecho cierto que al no existir un registro efectivo, ni mucho menos unitario, de quienes caen en esa categoría, se dificulta para la autoridad electoral la calificación de ministro de culto.
Pero por pensar simplemente en la cuestión legal y en casos específicos que conozco de algunos pastores que en una habitación de su casa crearon su propia iglesia y no responden ante autoridad alguna, me pasé llevando en la lodera, como se dice corrientemente, a muchísimas personas que ejercen su apostolado en una forma admirable y envidiable. Este amigo me comentaba el caso de un hijo suyo que tras haber alcanzado posiciones ejecutivas de importancia en prestigiosa empresa, lo que le permitía vivir con comodidades, un buen día dispuso notificarle que él y su esposa habían decidido dedicar más tiempo a las cosas de Dios y que empezaría estudios de teología, habiendo alcanzado primero la licenciatura y luego el doctorado. Los años de estudio fueron de privaciones porque tuvo que abandonar su trabajo anterior, y así como ese admirable joven que entregó su vida al servicio de su fe, hay muchísimos. Tengo amigos queridos que son protestantes, así como amigos judíos y aunque no tengo ningún amigo que practique el islamismo, he leído mucho sobre esa fe en los últimos años (por razones obvias) y cada vez me siento más obligado a admirarla.
Es más, no tengo resentimiento ni contra ateos o agnósticos ni contra cachurecos a ultranza. Creo que cada quien tiene su propia forma de vivir y todas son respetables. Pero este incidente me ha servido para recordar algo que muchas veces me ha pasado, y es que cuando uno aborda ciertos temas en las columnas de opinión, lo hace desde tal perspectiva que supone que todo el trasfondo está claro y que los lectores lo asumen tal y como uno lo ve. Lo cierto es que se pueden herir susceptibilidades totalmente válidas cuando uno generaliza o no repara en la necesidad de explicar claramente sus intenciones. Yo estoy en contra de que cualquier ministro de culto, que en tal calidad pueda manipular a unos pocos o muchos fieles, participe en política. Creo que nuestra Constitución está bien planteada respecto al tema y que así debemos no sólo entenderla sino respetarla. Pero a mi amigo Romualdo le digo que su correo me pareció ilustrativo y, en verdad, profundamente conmovedor. Si tuviéramos más gente con esa visión de la vida (y de la fe), este nuestro mundo andaría mucho mejor y jamás quisiera yo poner en solfa a nadie que actúa con base en una profunda convicción.