El equilibrio presupuestario y el sentido común


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En medio de las reflexiones sobre las reformas constitucionales propuestas por el gobierno encabezado por Otto Pérez Mollina se suele aducir la tesis de que es necesario lograr un balance presupuestario.

POR JORGE MARIO RODRÍGUEZ-MARTÍNEZ

Esta propuesta se yergue como una de esas ideas incrustadas en el sentido común. Pero, como ya lo hacía ver Antonio Gramsci, el sentido común puede ser criticado para lograr lo que denominaba el “buen sentido”.

Es necesario, entonces, aclarar lo que de buen sentido tiene la idea general de un equilibro presupuestario. La “tesis” de que no se debe gastar más de lo que se tiene posee una validez que cae de suyo. Vivir endeudándose no es una estrategia viable, ni para un país ni para una persona. Pero como lo recuerda el economista Paul Krugman, un país no es una persona, ni una familia, ni una compañía. Gastar menos en un tiempo de crisis puede tener sentido para una persona o, en ciertos momentos para un país, pero se convierte en una tragedia cuando se propone como una solución para una crisis económica.

En primer lugar, la disciplina presupuestaria no se puede plantear si antes no se dirime el asunto de los ingresos del Estado; en particular, dicho tema exige resolver el problema de la triste —y criminal hay que decirlo— cultura tributaria que existe en el país. En un reporte escrito para la organización británica  Tax Justice, James Henry establece que la riqueza oculta en los paraísos fiscales (offshore)  llega a 32 billones (32 trillones en el uso norteamericano). Según este documento (que puede ser localizado en la dirección electrónica (http://www.taxjustice.net/cms/upload/pdf/Price_of_Offshore_Revisited_120722.pdf) los residentes de los países en desarrollo poseen de 7.3 a 9.3 billones de dólares en dichos lugares. Esto significa nada menos que el doble de la deuda externa de los países respectivos.  Sería interesante conocer el monto de la participación de los empresarios guatemaltecos en tales paraísos.

En segundo lugar, dicha propuesta ha sido desmentida, de hecho, por las acciones de los grandes defensores de la desregulación financiera. Como lo recuerda Alaisdair Robert en su The Logic of Discipline (Oxford University Press, 2010) la idea de la disciplina presupuestaria fue diseñada en el espíritu que había promovido la independencia de los Bancos Centrales: la idea era substraer a la acción de los políticos decisiones básicas que eran cruciales para el funcionamiento liberalizado de los mercados. Sin embargo, con el tiempo los bancos centrales se subordinaron a la tarea de estabilizar los cada vez más liberalizados mercados financieros. En consecuencia los bancos centrales quedaron en manos de los mercados financieros, que no son manejados por manos invisibles sino por manos peludas que, casualmente, pertenecen a individuos que saltan de una corporación financiera a un puesto público y viceversa.

En un libro reciente The Bailout: An Inside Account of How Washington Abandoned Main Street While Rescuing Wall Street (Free Press, 2012), Neil Barofsky —quien supervisara el programa estadounidense de rescate financiero de 700 mil millones de dólares— narra el cinismo con que los responsables del rescate financiero, antiguos y futuros ejecutivos de las grandes corporaciones financieras, manipularon dicha intervención para servir a los intereses de tales instituciones.

Se puede aducir que esto pasa en un país como Estados Unidos… ¿Pero no es lícito recordar que los defensores del libre mercado en nuestro país se ufanan de las credenciales globales de sus ideas ¿No se cita al santoral de la Mont Pelerin Society para proponer las políticas económicas y financieras de Guatemala?

En tercer lugar, hablar del balance presupuestario como un fenómeno global no justifica esta acción en el ámbito nacional. A todas luces es evidente que Europa ahora no es un ejemplo a seguir. Con admirable continuidad y profundidad Vincenç Navarro ha ido desmontando los argumentos que hacen inconsistente la disciplina presupuestaria, que casualmente, funciona sólo cuando se trata de políticas sociales.

En cuarto lugar, la prédica del equilibrio presupuestario no se puede desvincular de la carencia de bienes del Estado. Es por lo menos incongruente que se pretenda luchar por la disciplina presupuestaria mientras nuestros gobernantes actúan de forma irresponsable al proponer concesiones como el de la Empresa Portuaria Quetzal a una empresa catalana. Ya está demostrado hasta la saciedad que los actores privados son tan corruptos como los gubernamentales. Y tal vez lo sean más porque prácticamente no tienen que rendir cuentas a nadie.

En quinto término debe recordarse el gran peligro que surge cuando la exigencia de disciplina presupuestaria se empotra en la Constitución. Por la naturaleza del ejercicio constitucional, la decisión última respecto a que si un presupuesto es viable o no  vendría a caer a las manos de cortes que se substraen al control democrático. Desde hace algún tiempo, crece el número de voces que cuestiona un ejercicio constitucional que ha servido para bloquear las conquistas democráticas.

Finalmente, la propuesta de disciplina presupuestaria, en la forma en que se la propone, no es sino una tesis vinculada a una posición ideológica particular. Uno de los proponentes de esta medida ha sido James Buchanan, quien adopta, como todos los neoliberales, una visión distorsionada del ser humano que ve a éste como un ser únicamente enfocado en sus propios intereses. Empotrar dicha medida en la Constitución supone violar el valor la pluralidad social.

Se debe comprender que la economía no es una esfera independiente de la sociedad. Establecer los contornos de la economía es una tarea que no puede desligarse de procesos democráticos. ¿Qué el sistema democrático tiene sus defectos? Pues claro, hay que trabajar en ellos, no eliminar este ideal en favor de los intereses de aquéllos que han ganado el mundo pero han perdido su alma.