El presidente checo, Vaclav Klaus, se ha convertido en el enésimo obstáculo para la ratificación del Tratado de Lisboa, clave para el futuro de la UE, amenazando con bloquear el proceso justo cuando Bruselas creía haber superado la crisis con el referéndum favorable en Irlanda.
El muy euroescéptico presidente, que llevaba meses amagando con tratar de dar al traste con el Tratado de Lisboa, que tanto esfuerzo y tiempo ha costado aprobar en los 27 países de la Unión Europea (UE), materializó su amenaza.
«Siempre he considerado el Tratado una mala evolución de la UE (…) que empeorará la posición de nuestro país exponiéndolo a nuevos riesgos», declaró Klaus el viernes.
La víspera había exigido al primer ministro sueco y presidente de turno de la UE, Fredrik Reinfeldt, incluir «un par de líneas» al texto, una especie de pie de página a la Carta Europea de Derechos Fundamentales.
Una modificación del Tratado, piedra angular del futuro de la UE, requeriría abrir de nuevo el debate sobre el texto, una posibilidad que los dirigentes europeos no quieren ni deber imaginar.
«Es un mal mensaje en un mal momento», resumió Reinfeldt, mostrando su exasperación.
La presidencia sueca se había fijado como objetivo la entrada en vigor del tratado antes de fines de año, después de que los irlandeses lo aprobaran la semana pasada en un segundo referéndum, tras haberlo rechazado una primera vez en junio de 2008.
Con el visto bueno de los 27 países miembros de la UE, el Tratado sólo debía ser firmado por los presidentes polaco y checo.
Pero mientras Polonia, que también trató de poner alguna traba alargando el suspense, anunció el jueves que finalmente lo rubricará el sábado, la República Checa sigue dispuesta a dar guerra.
«Antes de la ratificación, la República Checa debe negociar… una excepción», lanzó Klaus.
El presidente «quiere garantías similares» a las que se ofrecieron a Polonia y Gran Bretaña durante la negociación del texto en 2007 y por ello exige una nota a pie de página, explicó el viernes el presidente del Parlamento Europeo, Jerzy Buzek, enviado a Praga para esclarecer la cuestión.
Entonces, Polonia se había asegurado de que el Tratado no le obligaría a autorizar los matrimonios homosexuales y Gran Bretaña había insistido en que la legislación europea en ningún caso primara por delante de su sistema judicial.
Lo que Klaus pide concretamente, y que debería ser sometido a la aprobación del resto de dirigentes europeos en su cumbre de fines de octubre en Bruselas, son garantías de que los alemanes expulsados tras la Segunda Guerra Mundial de las fronteras de la actual República Checa no podrán exigir la devolución de sus propiedades.
Las consecuencias de esta demanda pone los pelos de punta a los líderes de la UE, divididos entre optar por un tono firme contra Praga o mostrarse conciliadores.
«No vamos a cambiar el Tratado de Lisboa», pese a «que no tengo ninguna duda de que el presidente Klaus seguirá inventando muchas dificultades», aseguró, desafiante, el canciller francés, Bernard Kouchner.
«Estoy seguro de que la República Checa finalizará el proceso necesario para la entrada en vigor (del tratado) y espero que lo hará lo antes posible», confió en cambio el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso.
El texto, elaborado después de que los electores franceses y holandeses rechazaran el proyecto de Constitución Europea en 2005, está destinado a mejorar la eficacia y el peso de la UE en el mundo, nombrando principalmente a un presidente permanente y a un único responsable de Relaciones Exteriores.