Hoy publicamos una entrevista con el escritor Carlos Figueroa Ibarra relacionada con el acto en el que el Estado reconoce el crimen de lesa humanidad cometido por sus agentes el 6 de junio de 1980, asesinando a los esposos Carlos y Edna Figueroa en una calle de la zona 7 de la ciudad de Guatemala. El relato es en realidad desgarrador, aunque el tono que usa Carlos es edificante por la forma en que maneja los sentimientos que tiene que provocar el recuerdo de ese crimen contra sus padres.
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Ya alguna vez escribí sobre el tema porque me impresiona la forma en que se refiere este amigo a sus propios sentimientos personales respecto al hecho y a los autores. No hay odio, dice Carlos de manera tajante y categórica, a pesar de la forma brutal en que cortaron la vida de su padre y de su madre, a quienes dieron el mal llamado tiro de gracia que no es sino la forma de asegurar que la víctima muera y que no tiene nada de gracia.
El caso de los esposos Figueroa Ibarra es uno de los muchos que se dieron durante esos años de salvaje enfrentamiento que provocó enorme derramamiento de sangre. Son muchas las familias que, como la de Carlos, sufrieron la pérdida del ser querido, sea mediante esas burdas ejecuciones realizadas con total sangre fría e impunidad por los matones en la vía pública, o mediante desapariciones que generalmente siguieron a odiosos episodios de tortura cruel e inhumana, de esa que ahora algunos llaman “técnicas perfeccionadas de interrogatorioâ€, como lo hacen los manuales escritos en el gobierno de Bush para justificar la tortura.
Las cifras del terror son espantosas y tienen que explicar por qué somos una sociedad tan violenta, puesto que el mensaje que se dio con la mezcla de crimen e impunidad es que las cosas en nuestro medio se arreglan así, a punta de bala y sin oportunidad para que se administre justicia. Todos hemos vivido en el clima de la violencia y lo hemos aprendido tristemente, pero como bien explica Carlos en la última de sus obras, el terror se ha vuelto parte de la institucionalidad y es instrumento favorito de ciertos sectores que saben perfectamente que es la vía para asegurar su hegemónica dominación.
Hoy en día se plantea el debate sobre la aplicación de la justicia por los casos ocurridos durante el conflicto armado interno, pero la verdad es que mientras no haya justicia no podrá haber auténtico perdón y reconciliación. Eso significa, desde luego, que se tienen que analizar con absoluta equidad ante la ley los excesos cometidos en una y otra fuerza. Ciertamente en cantidad resultan abrumadores los que se achacan a las fuerzas del Estado, pero guardando las distancias creo que es importante entender que la búsqueda de justicia tiene que ser el elemento principal que inspire cualquier investigación que se haga con relación a crímenes de lesa humanidad perpetrados en el marco de la guerra.
Hay países en el mundo donde se cometieron tremendos crímenes y si hoy están construyendo su pacífica convivencia es porque ha habido un esfuerzo claro por permitir la aplicación de la justicia. Paradigmático resulta el caso de la antigua Yugoslavia, donde los criminales de guerra, de uno y otro bando, han tenido que encarar su responsabilidad ante órganos que administran justicia. Lo mismo es lo deseable en nuestro país porque por mucho que tengamos actitudes tan edificantes como la de Carlos Figueroa Ibarra, quien no odia a los asesinos de sus padres, no cabe la menor duda de que la ausencia de ese sentimiento de odio no significa renunciar a la aspiración de justicia porque ésta no está basada en el odio.
Creo que el perdón del Estado es importante, pero no pasa de ser una especie de catarsis que no llega a producir el resultado que podrá traernos paz y entendimiento.