Existe una leyenda muy antigua en la historia de la humanidad, específicamente de la época Catalhoyuk en Turquía hace más de ocho mil años, que evoca el sentido simbólico que tenía la silla como instrumento en el cual se sentaba la mujer. Esa silla no tenía la connotación de trono jerárquico desde el cual el poder se pudiera ejercer de manera abusiva con control y dominación absoluta. Esa silla en la cual se sentaba la mujer simbolizaba la armonía de la naturaleza, la fertilidad, la sabiduría alcanzada por la experiencia. El lugar de la silla era el producto de la colectividad y ese reconocimiento no era para siempre, era el símbolo de un sitio dignificado por todos, representado en ella que sintetizaba la vida.
Pasó el tiempo y algo empezó a suceder, algo empezó a cambiar, la violencia se apoderó de la colectividad, la naturaleza perdió su equilibrio vital y grandes catástrofes alteraron el entorno. La silla fue apoderada por él con la idea de convertirla en un legado de por vida y la misma se convirtió en el trono de la monarquía desde donde se ejerció el poder sobre súbditos y bienes.
La anterior es una leyenda que podrá ser cierta o no, pero la historia no aguanta más la urgencia de empezar a reconocer que el sistema predominante de control y dominación en las relaciones entre hombres y mujeres, es erróneo y desequilibrado. No estoy hablado del paquete enlatado llamado «enfoque de género» promovido por los oleajes de la cooperación internacional, cual sello que le aprueba cualquier gestión de cooperación y le abre las puertas hacia el puerto del progreso y el desarrollo. De lo que hablo es de un sistema fino y sutil de dominación que extingue la vida a través de formas negadoras de la existencia y maneras aterradoras de acabar con la vida de las mujeres; ser el segundo país del mundo con las mayores tasas de muerte a mujeres habla por sí solo.
La teoría del caos indica que aún en medio de ese desorden sin aparente relación, todo tiene una conexión y por lo tanto una acción en este lugar se convierte en otro sitio en un gran efecto. Se dice a modo de ejemplo descriptivo que la agitación de las alas de una mariposa podría convertirse en un huracán al otro lado del mundo. Esta sociedad es seguramente lo más parecido a un caos, sin embargo aún en medio de esa adversidad, las mujeres resurgen, proponen y brillan, muchas veces con una lógica distinta a la del poder violento y hegemónico de la dominación.
La leyenda turca contaba que el miedo hizo que ellos dejaran de ver la naturaleza en intrínseca interrelación con el ser humano y la separaron como otra cosa diferente. El afán por la concentración del poder también dicotomizó al hombre y la mujer en una relación de desigualdad que puso a servir a unas y a mandar a otros. El poder de ellos sobre ellas implementó con el tiempo, un sistema de reglas, instituciones y hasta religiones que le aseguraran la silla, y a partir de entonces el tiempo ha sido una historia larga de dominación.
La leyenda no está lejos de la realidad y las mujeres guatemaltecas enfrentan los retos a pesar de la violencia y de un mundo cerrado que los hombres hemos construido. Las Montenegro, las De León, las Cameros, las González, las Figueroa, las Simon, Las Barrios y muchas más están haciendo una propuesta diferente desde otros códigos que proponen un mundo distinto que se mezcle con las acciones de hombres dispuestos a cuestionarse a sí mismos sin perder de vista que la contradicción esencial es económica.