El ecoturismo. Ví­as para su valoración frente a otras industrias


El desarrollo del paí­s depende de muchos factores, acerca de los cuales se ha hablado bastante pero no suficiente, porque el debate polí­tico que debieran iniciar, ejecutar y fomentar los partidos polí­ticos, aparte de ser casi nulo, tampoco ha sido sistemático, responsable y sincero. Hace falta mucho por andar en este sentido.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

Siempre he pensado que el ecoturismo constituye uno de los renglones más importantes a tomar en cuenta en cualquier proyecto de desarrollo económico del paí­s. Idea por demás nada nueva, aunque importante de resaltar por los matices que generan dicho concepto y las reacciones, muchas veces extremas, que también conlleva su interpretación.

Guatemala ha tenido, desde tiempos prehispánicos, la cualidad de ser un territorio rico en fauna, flora y accidentes geográficos. Prueba de ello es nuestra toponimia y las descripciones que tanto conquistadores españoles como viajeros y exploradores extranjeros de siglos pasados han dejado escritas para la posteridad. Suficiente sea mencionar la variedad del paisaje y del clima (aparte, por supuesto, de la variedad de culturas) y de los contrastes entre ellos, a quienes aluden dichos testimonios. Por puro sentido común (que las más de las veces no son tan comunes), el ecoturismo necesita del cuidado racional, que tiene como requisito inmediato una alta responsabilidad cí­vica. Cuidar y proteger los bosques, los rí­os, las playas, los volcanes, las praderas y demás elementos de nuestro entorno natural, debe tener la prioridad sobre cualquier otro interés personal, polí­tico o económico. Además, los proyectos de desarrollo y aprovechamiento de los recursos naturales no deben tener la caducidad correspondiente a cada gobierno de turno. Vender al mundo el «disfrute» de nuestros recursos naturales no debe entenderse como «aprovechamiento» de nuestros recursos naturales, porque la palabra «aprovechamiento» también tiene implicaciones destructivas. Otra cosa es también, vivir la naturaleza, y otra, vivir de ella. Ambas ideas no se excluyen pero se deben priorizar. Para vivir de la naturaleza es necesario conservarla y para conservarla es necesario tener conciencia de las posibilidades de riqueza que, a mediano y largo plazo, es capaz de generar.

Más allá de los conceptos generados por las necesidades inmediatas (de mercado y riqueza material) está el concepto ético que, por ser filosófico es abstracto y por abstracto, menos entendible y menos práctico. Comprender, por ejemplo la responsabilidad ética que generan nuestras relaciones con animales, plantas y seres inanimados, ya es cosa de una cultura superior que enseñe a valorar el entorno, no por lo que potencialmente signifique en la perspectiva de la riqueza material, sino por el placer que genera la comprensión del respeto a niveles cósmicos. Esto no implica necesariamente la valoración religiosa de los elementos naturales como fácilmente podrí­a inferirse, como podrí­a ilustrarlo el ejemplo de algunas comunidades y sus chamanes que para cortar un árbol tienen que pedir permiso y perdón al Corazón del Cielo. Implica, eso sí­, una alta conciencia cí­vica y ética, fundada en valores antropocéntricos más que en geocéntricos. Implica leyes que garanticen, por el momento, la preservación de nuestros recursos naturales y la abolición paulatina de esas mismas leyes en función de la conciencia cada vez mayor de nuestra responsabilidad.

La industria (por ejemplo del ní­quel o el oro) puede generar riqueza a corto plazo, la naturaleza (especialmente en territorios como el nuestro), talvez, siempre y a más bajo costo.