El dulce encanto de meter la pata


Eduardo-Villatoro-2014

Hasta la fecha y ya cargando sobre mis espaldas un cachimbazo de años, no he encontrado una sola persona -ni siquiera mi mujer- que no se haya equivocado alguna vez, realizando alguna actividad, contando determinada historia o anécdota o expresando cierta conducta de parientes, amigos o conocidos, e incluye a taimados funcionarios públicos, diputados parlanchines, estirados empresarios, solemnes ministros religiosos, analistas de pomada, engreídos columnistas, mecánicos tramposos, electricistas chambones, en fin, cualquier individuo que usted tenga el placer o el disgusto de conocer, en más de una ocasión ha metido la pata, para decirlo con el encanto de la pequeña burguesía.

Eduardo Villatoro


Sin embargo, esos equívocos cometidos por congéneres que probablemente no son celebridades ni personalidades sobresalientes en la política o la farándula, que casi viene siendo la misma rumba, no tienen la trascendencia, aunque sea efímera, como cuando el lapsus es una característica relativamente constante de  elevados personajes de nuestro dulce entorno.

Bien me lo dijo el recordado cardenal Rodolfo Quezada Toruño, siendo presidente de la extinta Comisión Nacional de Reconciliación y yo fungía de secretario Ejecutivo: “Cuando se mete la pata, es mejor no intentar sacarla, porque el hoyo se hace más grande”. Lo he comprobado conmigo mismo cuando he errado en alguna columna y después he procurado enmendar el yerro.

Pero en mi caso no cobra relieve, porque soy un simple trovador de la palabra escrita, y no como en las oportunidades en las que el Presidente y la Vicepresidenta de la República se han solazado equivocándose a menudo en sus declaraciones, como las más recientes -aunque ya han transcurrido más de dos semanas de esta azarosas revelaciones, que conste-, cuando la empolvada señora Baldetti conminó a los honorables gobernadores departamentales: “Dejémonos de hacer negocios con los Consejos de Desarrollo. Pongámonos a trabajar por la seguridad, que también es responsabilidad de ustedes. Dejemos a un lado los negocios”, ordenó tiernamente.

No faltaron los pérfidos que se aprovecharon de esas expresiones para comentar ácidamente que realizar negocios privados a la sombra del Estado, sólo debería ser privilegio de quienes están adentro del Edén gubernamental, y no de simples mandaderos en el interior del país.

El Presidente, empero, no lo tomó muy a la guasa, como cuando se solidarizó –ocultando furtivas lágrimas en sus pupilas- con su homólogo de México porque la selección de futbol del vecino país estuvo a punto de quedar eliminada de participar en el Mundial de Brasil, puesto que intentó rectificar lo dicho por su esbelta compañera palaciega, al indicar que lo que doña Roxana había querido decir es que los susodichos funcionarios no siguieran el ejemplo de sus antecesores, en tiempos del bienamado y divorciado presidente Colom, que se dedicaron con destreza a ganarse centavitos extras en actividades lucrativas ajenas a sus funciones oficiales.

Pero como advirtió el desaparecido arzobispo Quezada Toruño (me susurró al oído el socarrón Romualdo Tishudo), en vez de corregir el entuerto, don Otto agrandó la concavidad abierta por la Vicepresidenta, al advertir: “Esto es algo que venimos diciendo desde cuando fuimos electos”. ¡Ve, pues!