No sé por qué Guatemala me sigue doliendo tanto. Pensé que con el tiempo todo dolor se atenúa, se mengua, se hace soportable y el corazón guarda los recuerdos. Que el amor hacia ella permanecería y que al llegar el final empezaría mi propia resurrección en la alegría de verla transformada, convertida en lo que la llené con utopías, que terminaran con su dolor de eternidades, y ella también renaciera con risa jovial, llena de esperanza, con la misma calidez de su paisaje y su maravilloso entorno, sin nada ni nadie que la destruyera.
Cada día al abrir la prensa o escuchar o ver algún medio de comunicación tenía la ilusión de que lo pasado hubiese sido un mal sueño y que esta tierra linda, por fin tendría la tranquilidad y el amor de sus descendientes y que las noticias buenas aparecerían como robles y ceibas poderosas.
Pero no, la pasión del dolor sigue, por los siglos de los siglos, castigando al país. Allí observo cómo la corrupción continúa veloz e imparable, aparecen en escena macabros personajes como en la Contraloría General de Cuentas, dominada por un grupo de inescrupulosos, o sindicalistas transeros buscando llenarse de poder y de dinero, o tribunales que ordenan reinstalar a ladrones y dejar libres a asesinos; «figuras» políticas que intentarán llegar nuevamente a saquear la nación sin tan sólo cambiar el discurso que escuchamos de los ladrones de antes, sino, por el contrario, leer y oír, sus nombres cargados de cinismo y deshonestidad. Y se denuncian y se les señala como a tantos criminales, pero todo queda allí porque como todo ídolo de barro siempre tienen a su servicio los aduladores y adoradores que esperan, moviendo la cola, que les lancen algún hueso.
Es falso que todo cambia, en Guatemala nada cambia. Todo lo malo es lo único que se transforma y crece. Las maras gozan con matar, extorsionar, amenazar; el narcotráfico ha superado al Estado mismo y el dinero que produce sirve para comprar la conciencia de cualquiera; la política no es arte ni es ciencia, es simplemente una forma de utilizar el poder para que surjan nuevos millonarios y mas crímenes; las instituciones en que alguna vez creímos, están llenas de sirvientes de los poderosos, en fariseos ávidos de fortuna mal habidas?
Y esta nación no es la culpable, somos nosotros, los que en encendidos discursos la llamamos madre y nos decimos sus hijos, porque si bien los honestos somos más, no hacemos nada por remediar lo que está ocurriendo y dejamos pasar y dejamos hacer, cerramos los ojos o enterramos la cabeza como el avestruz, sin defender, ni defendernos.
Hoy, derramo una lágrima por mi Guatemala…