El dolor de Jacobito


Así­ reza el recuadro que aparece en primera plana, relacionado con la fotografí­a doliente de un niño, en Diario La Hora (30-7-2010). La expresión de dolor de Jocobito, conmueve en lo más recóndito de nuestro ser, por la visible situación aní­mica del menor. Los medios sociales de comunicación a su vez hicieron lo propio con énfasis trascendente.

Juan de Dios Rojas

Un simbólico aldabonazo representa su comportamiento personal que al instante hace interiorizar el potencial de sensibilidad existente en su ser, al evocar tristemente la irreparable pérdida de su padre. Piloto automovilista, concretamente de una unidad del servicio público de autobuses, blanco directo e interminable de la vorágine envolvente a más y más.

Con motivo de la conmemoración de San Cristóbal, patrono de los pilotos, el chico asistió en compañí­a de su familia a implorar porque tal flagelo termine, bajo las impresionantes arcadas de la Catedral Metropolitana. Acapara simpatí­a de lleno cómo en su lenguaje, con apenas 4 ó 5 años de edad, se percibe una incipiente caracterí­stica de extrovertido.

Ternura, inocencia, sencillez y viveza, junto a restantes maneras, refleja profundamente el niño Jocobito (disculpas por omitir el apellido) acaso eso mismo denote adicional modo conductual. Sin embargo, no escapa entre palabras y formas auténticas la valorización que hace del progenitor, ví­ctimas de la violencia imperante en la actualidad, de causas diversas.

De mirada enteramente humana y vivaracha, vierte lágrimas sentidas en su pequeño mundo, apegado a la realidad, empero sin inmutarse prosigue mediante frases cortas con su dolor. Sentimiento ahora compartido a tí­tulo de drama recurrente en tantas familias guatemaltecas, a quienes la parca les arrebata a uno de sus miembros, generalmente el padre.

Habla lo que siente, ajeno a un montaje previo, de consiguiente resulta doblemente impactante; además hila muy bien las frases congruentes con su edad cronológica. Inclusive constituye una propicia oportunidad de estudio para las ciencias de la Psicologí­a y el lenguaje, en virtud del halo de simpatí­a que atrae desde las primeras de cambio.

Reacciona de modo ejemplar ante las cámaras de TV. Y demás medios que lo entrevistan cabe la expresión-Da pábulo también para imaginar, o más bien deducir que su psiquis merece estí­mulo, orientación debida, de cara a desarrollar equilibradamente su vida, pese a los tempraneros sufrimientos que lo hicieron presa un dí­a de tantos en el entorno.

Vuelvo a la obligada interrogante de cuántos Jacobitos las estadí­sticas recogen con datos frí­os, acumulados por razones de recabar cifras aquí­ y allá. Los cuales se pierden al final de cuentas en escritorios burocráticos, cuando no terminan después de corto tiempo arrinconados donde existen similares casos, perdidos en archivos gigantescos.

Sobrada razón asiste a infinidad de viudas de pilotos y de otras ocupaciones que reclaman, tocando acaso puertas inútilmente en demanda de ayuda. Misma que en concreto necesitan, al menos de orden psicológico, capaz de presentarles un tratamiento apropiado, merecedor a todas luces de féminas urgidas de ese trascendente soporte valioso.

Según viene a ser del dominio público, ofrecimientos solos quedan en eso; empero a nadie escapa que la misma ayuda de ese género al menos, es lo menos que deberí­an recibir. La burocracia estatal dificulta toda gestión sobre el particular, por lo tanto, cansadas de ir de un lado a otro, desisten de sus demandas, pese a carecer de medios económicos.

Hacemos fervientes y sinceros votos por que el niño Jacobito de la historia sea motivador de la orientación del caso, después de enterarse de su dolor profundo, denotador también de cristiana resignación al exclamar que pide a Diosito lindo escuche a Jacobito, que pide con ansias porque su padre esté en la gloria y que descanse bien; lo queremos mucho, dice.