La alegría de las fiestas navideñas se percibe en el ambiente, especialmente entre nuestros niños que esperan con ansiedad la Nochebuena con la esperanza de recibir algún presente. Sin embargo, tenemos que detenernos un momento para pensar en las familias de esas más de seis mil personas que murieron por efectos de la violencia a lo largo de este año, puesto que se trata de miles de familias que seguramente pasarán la peor Navidad por el doloroso recuerdo de la tragedia que les alcanzó.
Hoy Prensa Libre publica el drama de los deudos de pilotos del transporte público a los que se había ofrecido una compensación económica y que no la recibirán porque el trámite burocrático ha impedido ese pobre consuelo de un ingreso modesto que mitigue las necesidades provocadas por la pérdida de quien era sustento económico de la familia. Pero a los parientes y amigos de los pilotos y ayudantes del transporte se suman los de aquellas otras víctimas de la violencia que difícilmente puedan resignarse ante la magnitud de la pérdida.
Si agregamos a ese dato estadístico las muertes provocadas por la inseguridad vial que campea en el país, seguramente que sumaríamos varios miles adicionales a los que vivirán una Navidad de luto por la ausencia del ser querido.
Somos un país terriblemente inseguro y, lo peor de todo, poco solidario con las víctimas y sus deudos. El Gobierno que se dice de solidaridad no da muestras de tener el menor interés por detener ese baño de sangre que ha ido en constante incremento y que a dos años de que termine la gestión gubernamental del actual mandatario, no ofrece esperanzas fundadas de que pueda terminar.
¿Puede acaso haber mayor solidaridad que la que significa condolerse por tanta violencia, por tanto dolor y muerte? Sin embargo, es más que obvio que el tema no constituye una de las prioridades del Gobierno porque los funcionarios están interesados en políticas de clientelismo político en las que centran todo el esfuerzo, tanto que arrebatan recursos a educación, salud y seguridad, para engordar las cuentas de los programas que usan políticamente con fin electorero.
Esa ausencia de verdadera solidaridad desnuda la verdadera naturaleza del Gobierno y de sus intenciones con los programas sociales, puesto que si efectivamente fueran resultado de sentimientos solidarios con quienes más sufren y más necesitan, tendrían que estar agobiados por el dolor que causa en tantas familias la violencia, pero que a ellos no les quita el sueño ni les provoca el menor aire con remolino.
Por todas esas familias que sufren, un momento de silencio y oración ante el Pesebre en la Navidad.