Con toda seguridad no lo es, pero lo parece y quizá hasta él mismo se lo crea. Hace algún tiempo leí que se considera un hombre muy seguro de lo que hace porque cree suponer que el brazo de Dios está de su parte. Toma decisiones regularmente difíciles, pero con la certeza de que tiene la misión de salvar al mundo del mal, de ser un mediador entre Dios y los hombres y que no puede no ser un instrumento eficaz del deseo del Creador sobre la tierra.
A su lado, sus más cercanos colaboradores ?como suele suceder?, deben sentir un halo divino, una fuerza espiritual que les inspira confianza y deseos de cumplir al pie de la letra su voluntad y su designio. Sentirse lejos de él, experimentar su lejanía espiritual y física, debe ser algo abrasador, un infierno parecido al de aquel que el amor de Dios confina a las tinieblas. Con Bush, me imagino que debe ser así, o se está con él o contra él, no hay medias tintas.
¿Cómo no sentirse como mínimo un semidiós? Sus cualidades son comparables a la de cualquier divinidad de tal rango. Repasemos sus atributos. Bush es casi omnipotente, como todos los dioses, todo lo puede. Basta que su voluntad se determine por algo para que todo suceda así. Si sale de su país, sus homólogos están atentos para complacerlo, que no se moleste, no sufra ni tenga imprevistos. Sería terrible experimentar su ira. Podría, como dice el Evangelio, tirarse desde la cumbre más alta, que siempre habrá ángeles dispuestos a auxiliarlo, aviones de caza para no dejarlo que muerda el polvo.
Bush es omnisciente, lo sabe todo. De vez en cuando puede equivocarse, pero lo hace en cosas nimias como en el caso de Irak. En general está bien informado y tiene una corte de sabuesos que son capaces de adivinar hasta el pensamiento de sus adversarios. Semejante capacidad hace de él un ser temible por la fuerza que da el conocimiento. De hecho es el único ser sobre la tierra que sabe distinguir entre el bien y el mal, por eso ha llegado a ser como un padre que quiere lo mejor para sus hijos, los habitantes de toda la tierra son sus hijos y los trata como tales.
El Presidente de los Estados Unidos también, como las divinidades, es un dios justiciero. Detesta la iniquidad y abomina la maldad. El poder de su brazo justiciero cae sobre quienes son hijos de las tinieblas: los terroristas, los narcotraficantes, los de izquierda? y sabe repartir con equidad a cada cual según se merece. Gobierna con caridad y benevolencia, pero sabe también castigar sin piedad a quienes se declaran enemigos del bien. í‰l es su paladín.
Si no fuera por la cantidad de ateos que hay en el mundo, Bush sería un dios sin igual, admirado, venerado y respetado por todos. Pero, ni modo, hay tantos increyentes, paganos y necios que, con su actitud, lo único que hacen es oponerse al plan de salvación que con sabiduría y amor ha diseñado para beneficio de todos. Por eso hay tantos inconformes por las calles que representan la voz de la impiedad, el mal y las tinieblas.
No hay que ser perverso ni insistir en la maldad, sólo con Bush es posible encaminarnos hacia una nueva humanidad, la utopía del futuro ahora empieza.