Ayer publicamos que en los once últimos años, el deporte nacional ha recibido más de seis mil millones de quetzales como producto de la normativa constitucional que le asigna una cantidad no menor del tres por ciento de los ingresos ordinarios del Estado, por lo que la cifra que ha recibido desde que cobró vigencia la Constitución actual es enorme. Los constituyentes pensaron que era indispensable dotar de recursos a las autoridades deportivas, tanto federadas como escolares, para mejorar físicamente a la población y para incrementar nuestra capacidad competitiva en eventos internacionales.
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A la luz de los resultados, el dinero ha sido una inversión inútil, pisto que el país necesita para muchas cosas y que se ha literalmente tirado a la basura. Las deficiencias en el control y verificación del gasto público, parte del régimen de impunidad que hay en el país, no permiten establecer con propiedad dónde está la falla y por qué es que esa cuantiosa inversión ha sido tan poco productiva, al punto de que pese a tener dinero y disponer de la cooperación cubana con buenos entrenadores en muchas disciplinas (otro tema para la polémica actual), no logramos siquiera actuaciones decorosas.
Evidentemente el problema no es de recursos porque estos han sido abundantes y han sido puntualmente asignados de conformidad con el mandato de la Constitución de la República. Entonces es urgente que como sociedad dispongamos un serio debate para entender qué es lo que ha ocurrido y deducir las responsabilidades porque no es posible que en un país con enormes y eternas carencias, miles de millones de quetzales sean dilapidados sin que nadie tenga que rendir cuentas ni informar de las razones del fracaso.
Algunos diputados intentaron en su momento fiscalizar y contarles las costillas a las autoridades deportivas pero aparentemente tampoco ellos saben por dónde empezar, puesto que a falta de informes contables claros lo que tenemos es la aparente sensación de que la ausencia de políticas eficaces es causante del fracaso. Mi opinión personal es que no se trata de una ausencia casual de políticas adecuadas, sino que la dirigencia deportiva nacional, que se eterniza en puestos «ad honórem» y los pelea con furor, deliberadamente ha mantenido esa situación para disponer a su sabor y antojo de los recursos que les permiten, en los casos menos graves, viajar y gozar de privilegios y, en no pocos, beneficiarse de la forma en que se salpica con la distribución del dinero que Finanzas entrega a las autoridades.
Porque para decirlo de buena manera, los dirigentes más «honestos» son los que se conforman con viajar con viáticos a cuanto evento o congreso deportivo se presenta y consideran que ese privilegio es una especie de retribución para sus «desvelos» por el deporte nacional. Pero sabiendo cómo funciona la administración pública en el país, hay que entender que esos dirigentes que podríamos considerar «recatados» según los terribles parámetros nacionales, son los menos y que la razón esencial por la que el dinero no produjo cambios en el plano deportivo es porque nunca se invirtió en los atletas sino lo aprovecharon los dirigentes en su directo beneficio.
Los resultados son la mejor muestra de que el tema hay que debatirlo con seriedad. Millones invertidos no producen excelencia atlética. ¿Podrá algún dirigente explicarnos la razón?