En el número 48 de Wall Street, al sur de Manhattan, un gallardete proclama: «The Money, The Power, The History» (El dinero, el poder, la historia). Donde se fundó el primer banco de Nueva York, se instala ahora el museo estadounidense de las Finanzas.
«Â¡Es impresionante!», se extasió Anita Greene, de 40 años de edad, barriendo con su mirada los 30 mil metros cuadrados de este vestíbulo inmenso de banco, transformado en memoria del célebre centro financiero.
Pantallas gigantes, frescos murales que ilustran los balbuceos de Wall Street, galerías remodeladas sobre el célebre entarimado del New York Stock Exchange (NYSE), el museo no ahorra con el fin de seducir más allá del pequeño mundo de las finanzas.
Abierto por primera vez un año después de la quiebra de la bolsa de octubre de 1987, el museo nunca había logrado salir del anonimato. Después de una mudanza y nueve millones de dólares de trabajos, espera ahora atraer más de 100 mil visitantes al año, en parte gracias a la fama cobrada tras el cierre del NYSE al día siguiente de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
«Es el único museo al mundo que le permite aprender cómo funciona la Bolsa», dijo emocionado Paul Davis, estudiante para una maestría en Finanzas.
Hacer conocidos los mecanismos del mercado, forjar el espíritu emprendedor y suscitar nuevas vocaciones son las misiones que se asigna el museo.
Para lograrlas, expone más de 10 mil objetos y documentos. Del célebre uniforme del «trader» al gong que marcaba las horas de apertura y de cierre de Wall Street (antes de ser reemplazado en 1983 por una campana), y a la decisión de la Corte Suprema que estableció el comercio libre entre los estados de la Unión, el visitante es convocado a explorar las evoluciones de Wall Street.
Calzado el microteléfono del corredor de bolsa contra su oreja, los ojos pegados a una pantalla de neón verde, Jonathan Noth simula una orden de compra. A dos pasos de él, Steve Massey y Norman Burlington, ambos mayores de 50 años, parecen sumergidos en sus memorias delante de las imágenes de la quiebra financiera de 1987, difundidas en una pantalla.
«Era hace 20 años, te das cuenta. Aquel día el volumen de los intercambios era elevado, sin embargo y súbitamente todo se fue a pique. Dow (Jones, el índice más popular de Wall Street) perdió más de 500 puntos como un juego», rememoró Norman, que trabajaba entonces para el banco de negocios Bear Stearns.
«Cuando me llamaste, no te creía. Puse la radio, nada. Fue sólo cuando vi los títulos de los periódicos que me dije «sí, es verdad»», respondió Steve, que estaba de franco ese 20 de octubre «maldito».
¿1987-2007, una coincidencia? Se interrogó en voz alta Robert McKenzie, corredor de Goldman Sachs, zambullido en los archivos, en referencia a la crisis financiera actual.
«Visto el desastre del «subprime», decidí venir para tratar de comprender lo que pasó en 1987, cómo el mercado había reaccionado. Esto puede ayudarnos hoy», explicó. ¿Que conclusión sacó de allí entonces? «Todo es un ciclo. Aunque cada crisis tiene sus especificidades, supe que había que tener mucho cuidado; esto parece tonto, pero es importante», añadió.
En la tienda de recuerdos del museo, Robert Steinbruck, empleado público, efectuaba algunas compras. Pasaba a la ligera las páginas de un libro de consejos del multimillonario Warren Buffet. «Voy a leerlo y después pienso que podré jugar en la Bolsa», confió.
Paul Davis
estudiante para una maestría en Finanzas