El Dí­a del Niño


Editorial_LH

La fiesta por excelencia tendrí­a que ser la que conmemora el Dí­a Internacional del Niño, puesto que la jovialidad y alegrí­a natural de los pequeños tendrí­a que ser como la marca de fábrica de este festejo. La expresión unánime tendrí­a que hacer votos por la felicidad de todos los pequeños del mundo, aquellas personas inocentes que están emprendiendo su camino por la vida, con todo un futuro por delante a la espera de que usen sus potencialidades al máximo.

 


Sin embargo, y qué triste y penoso es tener que poner esa nota de excepción justamente hoy, no podemos dejar de pensar en situaciones tristes que contrastan con esa felicidad intrí­nseca que se muestra en la risa de nuestros niños que no reparan en problemas ni en diferencias impuestas por la sociedad. Decimos que sin embargo, no podemos olvidar que vivimos en un paí­s donde la mitad de sus niños crecen sin suficiente alimento para nutrirse bien y donde miles de familias se han quedado sin uno de sus padres no sólo por la violencia, sino por la necesidad económica que obliga a algunos de ellos a emigrar en busca de oportunidades que su propia patria les niega.
 
  El niño en condiciones ideales se forma junto a sus padres, recibiendo además del ejemplo la enseñanza correcta y amorosa para moldear al ser humano. El niño, en condiciones reales, crece con una deficiencia marcada que le afecta su desarrollo fí­sico e intelectual simple y sencillamente porque no tiene la alimentación necesaria para completar como debe ser esa etapa crucial de su vida en la que se están formando tanto su cuerpo como su mente. El niño en condiciones normales tiene una vida de oportunidades por delante, pero el niño en las condiciones reales de Guatemala, al no tener la presencia fí­sica de sus padres, sea por violencia o por la migración, sufre un proceso mutilado en su formación y se le condena a vivir con limitaciones.
 
  Pensar en el niño es pensar en la familia, es pensar en la forma en que la sociedad les abre las puertas del futuro. Estamos muy lejos aún de alcanzar ese sueño, en el que todos los niños tengan oportunidad de crecer con sus propios talentos.
 
  Y aunque sea un caso muy especial, instamos hoy a nuestros lectores a elevar una oración por todos los niños de Guatemala, pero especialmente por los dos niños Barreda Siekavizza de cuyo paradero no se sabe y que pueden ser ví­ctimas de circunstancias que marquen para siempre su vida. Ví­ctimas desde ya de la violencia, son el paradigma de buena parte de nuestra niñez que nos recuerda cuán serio debe ser nuestro empeño por cambiar tantas cosas en la Guatemala que debemos heredar a nuestros hijos.

Minutero
Cómo será el trinquete
que ya lo vio la Contralora;
es la caja de Pandora
donde juegan quien quilete