El desdichado advenimiento del intelectual mediático


POR JUAN RISACO CONDOBRíN

Nadie sabe lo que es un intelectual ¿Un hombre de letras? Al parecer, el intelectual es alguien que reflexiona sobre la realidad, pero esta aproximación no es apropiada, puesto que también los cientí­ficos reflexionan sobre la realidad. Tendrí­a pues que considerarse intelectual al que reflexiona sobre la realidad social, con lo que se darí­an de la mano con los sociólogos. Todo el mundo sabe lo que es un intelectual, aunque nadie pueda definirlo, y quizá no pueda ser definido, porque el intelectual es algo cambiante, un constructo, casi un artefacto, segregado por la sociedad o, para hablar con más precisión, por las fuerzas sociales más o menos dominantes. El intelectual, el intelectual ideal, serí­a el libertario, el independiente, el espí­ritu libre como lo definí­a Nietzsche, alguien frente a y no según… ¿Existe este intelectual en la actualidad?


Tradicionalmente, por no decir históricamente, el intelectual ha estado siempre al servicio de, pero habí­a cierta graduación, cierto equilibrio desequilibrado, y el intelectual entraba o podí­a entrar en conflicto con el poder: Occam o los herejes de la Universidad de Padua… Al parecer, los intelectuales de entonces se resistí­an… Más tarde, surgió la explosión del Siglo de las Luces, que preparó una revolución, la única conocida, y después… Después los intelectuales revolucionarios se transformaron en profesores de la universidad napoleónica, es decir, la revolución burguesa transformó a los intelectuales en funcionarios, a los filósofos en profesores y a los pensadores en periodistas.

Pero, a pesar de todo, habí­a resistencias, habí­a espí­ritu, surgí­an intelectuales que se alzaban contra el Estado, contra el poder de la Iglesia, contra el poder económico: habí­a espí­ritu…

Los regí­menes totalitarios no podí­an permitir la existencia de los intelectuales, porque el intelectual, en aquel entonces, era todaví­a sinónimo de hombre libre. Y un hombre libre que critica al estado o al partido del poder, necesita curación. Surgen los asilos psiquiátricos para los que piensan de otra manera, o surgen los campos de reeducación chinos, para los que no comprenden… Imposible discutir, pero, aquella noche en Orán, y con ocasión de un congreso, a mí­ se me ocurrió hacerlo con los dos chinos maoí­stas. Expuse simplemente el problema de la libertad y expresé mi desacuerdo con algunas frases del Libro rojo de Mao. No lo has entendido, adujeron, pero yo insistí­: sí­ lo comprendo, y no estoy de acuerdo ¿qué ocurre? Ocurre simplemente que no lo has entendido, replicaron, finalistas y triunfantes. Era ya el pensamiento único, es decir, la falta de pensamiento. Lo mismo ocurrió con mis amigos franceses, que tení­an puntos de vista independientes dentro del partido comunista. Fueron expulsados, ya que se habí­a pasado el tiempo de poder fusilarlos.

Los totalitarios entendieron muy bien a los que llamaban intelectuales, pero se equivocaron en cuanto a la solución. Al perseguirlos los fortificaron en su fe, porque ya era una fe en la libertad; los exaltaron, les personalizaron. Y los perseguidos se hicieron fuertes, y además continuaban pensando.

Pero llegó la solución final, descubierta por la burguesí­a triunfante, la que ahora se llama neocapitalismo, neoliberalismo y otras sandeces parecidas. La sociedad actual siguió el camino trazado por las universidades napoleónicas, centralistas y centralizadoras. Nada de perseguir a los intelectuales, porque un intelectual bien promocionado puede incluso hacer ganar dinero a sus promotores. Y los profesores cobran de las editoriales, y los intelectuales hablan por la radio y por la televisión y hacen dinero y ayudan a la publicidad de nuevos detergentes. Incluso, en la Academia, los flamantes académicos cobran de las editoriales y cobran por firmar libros, enciclopedias, etc. Quedan los periodistas, mucho más fáciles de comprar y hasta de vender… El capitalismo triunfante no persigue a nadie, y menos a los intelectuales. Los dirige, los exalta, los compra y los vende. El intelectual, además, es bastante barato. Se muere por presumir, se muere por salir en las revistas y en las televisiones, y si además gana dinero ¡miel sobre hojuelas!

Quedan intelectuales independientes, pero son algo parecido a los residuos de una producción, astillitas sueltas del mueble confeccionado en forma de mercancí­a, que se defienden como pueden, que publican libros que no venden ni nadie conoce, que hablan en cí­rculos cada vez más pequeños, que protestan de vez en cuando…

Norman Mailer tuvo la ilusión de influir con sus ideas en la polí­tica de su paí­s, incluso intentó ser alcalde de New York. Más tarde, reflexivo, se dio cuenta de que un intelectual no sirve para la polí­tica porque no puede influir en la misma. Quizá soñó con una izquierda norteamericana, pero los asesinatos contundentes y muy a tiempo de sus amigos Robert Kennedy y Martin Luther King le convencieron de la inutilidad de sus esfuerzos, de sus idealistas esfuerzos, habrí­a que decir. No, en polí­tica, cada partido segrega sus propios intelectuales, hombres de pluma que explican el supuesto ideario del partido que les paga e intentan propagar sus ideas, quizá sus mots d»ordre.

¿Cuándo se darán cuenta los Mailer que todaví­a sobreviven de que la polí­tica no necesita de los intelectuales para nada? Porque la llamada polí­tica, esto es, los partidos polí­ticos, no están interesados por un mayor conocimiento de la realidad, sino por la manipulación de la misma.

La solución final ante los posibles intelectuales independientes llega a su colmo con la fabricación de los mismos intelectuales. Ellos pueden empezar haciendo crí­ticas en un periódico, para después publicar algún libro y acabar en las academias u otras instituciones del Estado. Nace así­ el intelectual que podrí­amos llamar mediático, y un intelectual mediático es ante todo lo que se llama un comunicador. No reflexiona, comunica; no critica, comunica: es una pieza más en la industria cultural, y está al servicio de la masa, siempre de la masa, pues es claro que este tipo de nuevo intelectual nada tiene que decir al nivel precisamente de la intelectualidad, pero sí­ puede comunicar lo comunicable a la masa que espera la comunicación. Y de la comunicación a la identificación sólo hay un paso.

¿Qué comunica el intelectual mediático?

Si el medium is the message, como sostení­a Mac Luhan, no hay duda, nada hay que comunicar. El intelectual mediático es una presencia que recita un discurso sin sentido. ¿Es entonces el intelectual mediático el punto foral del intelectual? Algunas funciones del intelectual mediático son las siguientes: comunicar comunicaciones, traspasar significantes, notificar notificaciones, hablar de lo que existe como existente y, en el mejor de los casos, sostener un deber ser de consistencia moral que tiene la caracterí­stica de no apoyarse en ninguna crí­tica. El intelectual mediático es así­ un portavoz más de la Gran Parodia que domina la sociedad, pero él no es ni siquiera un portavoz paródico. O quizá sí­. Quizá es la parodia que queda del antiguo intelectual, de aquél que basaba su discurso en una razón crí­tica. Quizá.

Habrí­a que escribir la historia, mejor la fenomenologí­a, de esa rara tribu que una vez, hace mucho tiempo ya, se llamó la tribu de los intelectuales.

¿Demasiado pesimismo? ¿Y si fuera clarividencia?