El desaire al presidente ílvaro Colom fue un desaire para todos los guatemaltecos


Lo actuado por el presidente ílvaro Colom desde que anunció su viaje a Cuba y luego lo sucedido en la isla es una muestra de nuestra pobreza en materia polí­tica y en otros órdenes.

Doctor Mario Castejón

El hecho que nuestra selección de futbol vaya de derrota en derrota no es el acabose, al fin y al cabo el honor de un paí­s no se mide por darle de patadas a una bola de cuero. El hecho de que nuestros exponentes máximos del deporte van y vienen sin recibir ni siquiera una mención, menos una medalla, tampoco es el acabose; sin embargo explica el porqué Guatemala entera se volcó a las calles para recibir al joven cantante Carlos Peña, cosa que sin querer quitarle méritos a éste, demuestra que el paí­s necesita sentirse orgulloso de sus lí­deres polí­ticos, pero al no encontrarlos busca sustitutos.

Considero que la decisión del presidente ílvaro Colom de entregar la Orden del Quetzal al Presidente de Cuba, doctor Fidel Castro Ruz, fue una decisión precipitada e improcedente. Precipitada por no haber consultado sobre el hecho, si contravení­a o no a la Constitución aun cuando existieran antecedentes de otras condecoraciones similares otorgadas a dictadores, como es el caso de Mussolini, Pinochet y Stroessner, pero ello no justificarí­a seguir cometiendo la misma torpeza jurí­dica. Es improcedente, por cuanto condecorar a un mandatario que colaboró a alimentar la guerra interna en Guatemala y en Centroamérica durante más de treinta años y fue corresponsable de destrucción y muerte de muchí­simas personas, carece de sentido de justicia.

La Orden del Quetzal se ha venido demeritando al entregarla a diestra y siniestra, sin analizar: merecimientos, conveniencias e inclusive daños colaterales. A propósito del ave sí­mbolo, Bernal Hernández, oficial del Ejército quien estuvo junto a Turcios Lima y Yon Sosa en la Sierra de las Minas en la primera mitad de los sesentas -antes de dejar la guerrilla y pasar a ser jefe de seguridad del general Carlos Arana, luego diputado al Congreso de la República y por último asesinado en la calle allá por los setentas- me contó que uno de los desencantos que tuvo fue cuando un oficial cubano que los asistí­a dio muerte a un quetzal, lo cual motivó una discusión entre los insurrectos por tratarse de un sí­mbolo patrio.

Con el pasar de los años reconozco en el presidente Fidel Castro virtudes y méritos: su valor personal, su constancia ante el hecho de mantener una lí­nea invariable desde que se declaró comunista a los dos años de asumido el poder, los logros obtenidos por su gestión en materia de educación y salud y, ¿por qué no decirlo?, también por la dignidad como ha actuado frente a las presiones de los Estados Unidos. Sin embargo soy de los que sostienen que su caso todaví­a está por presentarse ante el veredicto de la historia para ver si ésta lo absolverá, recordando las palabras que el mismo doctor Castro empleó cuando dirigió su defensa después del asalto al Cuartel Moncada para intentar derrocar a Batista en 1953.

La tan resobada mención de la unidad nacional, mención de todos los candidatos que luego olvidan cuando se ciñen la banda presidencial, fue también utilizada por don ílvaro Colom como candidato y cuando asumió la Presidencia, pero con el paso del tiempo como que se le olvidó y, con la acción de condecorar al doctor Fidel Castro ha echado en saco roto ese propósito al reabrir viejas heridas.

En primer lugar el haber anunciado el Presidente de la República, haciendo mención como un escolar de la ilusión que tení­a de conocer al presidente Fidel Castro. Eso era algo que está bien para el niño designado «Alcalde por un dí­a», pero no para el Presidente de la República. En segundo lugar la ligereza del mismo presidente Colom y su Canciller el señor Haroldo Rodas al no haber previsto que el Presidente no serí­a recibido por Castro y buscar la forma de entregar aquella condecoración, justificada o no, a través del Embajador acreditado en la isla o por el mismo Canciller. En tercer lugar el haber sostenido el presidente Colom, repetidas veces, que serí­a recibido por Castro y haberse regresado sin siquiera una satisfacción oficial. En cuarto lugar, quién le aconsejarí­a al presidente Colom ir a pedir perdón por lo sucedido en Playa Larga y Playa Girón en la Bahí­a de los Cochinos, perdón que si era procedente debió venir de los responsables de lo sucedido, toda vez que el Estado de Guatemala no se involucró oficialmente sino el entonces presidente Miguel Ydí­goras Fuentes.

Castro está severamente enfermo, sin embargo recibe a diario a personalidades. Pasó hora y media con la presidenta Michelle Bachelet hace algunos dí­as y estoy completamente seguro que no le cerrará su puerta al presidente de México Felipe Calderón. Cuando el señor Castro quiere quedar bien sabe cómo hacerlo, en el caso de el presidente Colom fue simple y decidida ignorancia de su presencia, ninguna explicación que trascendiera a la Prensa o una declaración excusándose, tampoco lo hizo el canciller Pérez Roque o el mismo presidente Raúl Castro, sencillamente don ílvaro y con él los guatemaltecos fuimos ignorados, un desaire y una falta de respeto para Guatemala.

Para terminar lo declarado por el presidente Colom diciendo que las crí­ticas a su actuación son faltas de evolución y madurez y que son «un buen termómetro para medir los resabios de la polarización» son justificaciones, el desaire no fue ni más ni menos como dirí­a Sergio Ramí­rez Mercado: castigo divino a un proceder equivocado.