A los países que no producen petróleo o que no lo hacen en cantidades suficientes para autoabastecerse les corresponde afrontar una coyuntura mundial de gran envergadura y sin precedentes en la historia de la humanidad. El mundo está a punto de cambiar dramática e irremediablemente como consecuencia del agotamiento de este recurso que ha condicionado por mucho tiempo la dinámica política del planeta. Esto es algo que obliga a la reflexión, ya que hasta ahora el petróleo ha proporcionado más del 40% de la energía total consumida y más del 90% se utiliza actualmente en el transporte. La demanda progresiva de este recurso que contrasta con una reducida oferta, está dando como resultado que los precios de los hidrocarburos se hayan disparado hasta llegar a precios nunca antes imaginados. Parte de este explosivo cóctel representa la falta de investigación de fuentes de energía alternas, lo que permite vislumbrar un panorama incierto y desalentador para la mayoría de los países del planeta.
Sin embargo, sociedades como la nuestra no acaban de entender que este problema, por su magnitud, no corresponde exclusivamente a un gobierno, es una situación bastante seria y por lo tanto una responsabilidad que nos atañe a todos, ya que estamos en una crisis mundial y sobretodo ante una situación crucial del futuro. El gobierno podrá tener su propio enfoque, pero la sociedad, como siempre, se acomoda absteniéndose de participar en aportar soluciones, insistiendo de esta manera en mantener el debate energético muerto. Lo peor es que ni los partidos políticos o alguno de los sectores influyentes han presentado propuestas de desarrollo energéticas serias y viables. En el Congreso por ejemplo, solo se oyen parches o señalamientos como si estuvieran en una campaña política permanente. Dentro de la sociedad tampoco se percibe interés por aportar soluciones, no se escucha a los colegios profesionales, gremios o universidades.
Considero que ante un problema tan grande como este, debemos ser objetivos, es decir, prescindir de las diferencias políticas e ideológicas sin dilaciones, esto con el propósito de que en un corto plazo logremos consensuar ideas que nos permita tomar las mejores decisiones. Pero aquí estamos acostumbrados y lo peor aún, esperanzados a que la solución a nuestros males brote de otras latitudes y hasta de la misma providencia. Imposible olvidar al folclórico presidente Berger cuando hace poco tiempo expresaba que lo único que quedaba era pedirle a Dios porque los combustibles bajaran de precio. Vaya políticas públicas y «Estadista» que teníamos.
Lo que resulta preciso es que en Guatemala iniciemos de manera urgente el camino de la diversificación energética. Experiencias como las de Brasil representan ejemplos esperanzadores. Por otro lado es vital propiciar desde ya la cultura del ahorro energético. Las orientaciones que se transmitan en el sistema educativo del país, en las oficinas públicas, así como las campañas nacionales por radio y televisión, representan una gran ayuda. Es fundamental educar con más realismo y sentido de responsabilidad a todas las personas, esto debido a que el problema de los recursos energéticos no es una situación que pueda solucionarse en un corto plazo. El plan energético que podamos desarrollar en nuestro país, más que responder a la lógica del mercado, debe de tener objetivos generales que respondan al sentido de la racionalidad y del bien común. Pero el tiempo está corriendo y esa creciente bola de nieve de los precios altos de los combustibles empieza a soterrarnos, de ahí la urgencia de empezar desde ya a estructurar esa estrategia que nos permita encaminarnos en la dirección correcta. Para comprender mejor la dimensión de este problema, sugiero a los lectores leer el libro «Se acabó la fiesta» (The party´s over) de Richard Heinberg.