Aún en tiempos del gobierno de í“scar Berger, Rodolfo Putzeys, dentista de profesión, envió una carta al despacho presidencial, para interrogar sobre la identidad de Guatemala. Largo y conocido han sido los comentarios, o más bien las quejas, de que los guatemaltecos no tenemos identidad.
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En esa vía, Putzeys, en la carta enviada, mostró sus inquietudes sobre esa posible identidad que pudiera agrupar a todos los habitantes de Guatemala. Sin embargo, los gobiernos pasan y seguirán pasando y quizá este debate ni siquiera sea tomado en cuenta.
El debate por la identidad es tortuoso y, quizá, hasta ocioso. La construcción de la identidad es más probable que sea un debate inventado, sobre todo por los intelectuales en todo el mundo a finales del siglo XIX, y principios del XX. Quizá, el debate por la identidad sólo haya sido una necesidad por agrupar en una sola imagen a todo un pueblo, y representar, por ejemplo, a un chino con los ojos rasgados, o a un mexicano con un sombrero charro.
De hecho, Putzeys, en esa carta enviada al entonces Presidente de la República, le pedía dibujar a un guatemalteco, estereotipándolo, en esos estereotipos que son tan odiosos en pleno siglo XXI y que hasta pueden ser repudiados por su simpleza o por lo peligroso que han llegado a ser, para clasificar, o mejor dicho para discriminar a las personas.
Pero, ¿acaso no seguimos manejándonos por estereotipos nacionalistas? Por ejemplo, podemos ver la estereotipificación surgida en pleno Mundial de Futbol. Aficionados mexicanos con grandes sombreros charros. Narradores de televisión que aún siguen considerando el estilo de juego de Holanda como la Naranja Mecánica, o a Uruguay como la Garra Charrúa.
Estos estereotipos son peligrosos en la medida que nos impiden imaginar que alguien se salga de esos límites, como concebir a un mexicano que le guste la música clásica más que el mariachi, o a un argentino vegetariano.
En el caso de Guatemala, la representación única de una identidad nacional es, por demás, difícil. Por ejemplo, como representar en una sola imagen, cuando hoy día se insiste en la multiculturalidad y la multietnicidad de nuestro pueblo, lo cual ha implicado, más bien, en la diferenciación de los pueblos, en vez de la unión.
Es un tema complejo, o, mejor dicho, controversial, porque siempre saldrán opiniones en contra o a favor, pero sobre todo en contra.
Sin embargo, cabe decir que, actualmente, en tiempos globalizadores, cuando el tema de las identidades se intenta de borrar, a fin de convertirnos a todos en ciudadanos globales, es cuando las personas más tienden a aferrarse a aquellos rasgos que los retornan a sus raíces.
El fenómeno es más notorio, quizá, visto desde la perspectiva migrante, que desde donde surge el libro de Putzeys «En busca de nuestra (propia) identidad» publicado este año. El autor toma referencias y ejemplos observados desde su experiencia de migrante en Estados Unidos, y observa que los rasgos distintivos de los países se conservan, aunque sea de una manera casi invisible, ya que mucho se vive desde el propio seno del hogar.
Por ejemplo, el migrante guatemalteco insiste en conservar rasgos culinarios, como el de comer tamales en Navidad, a pesar de no encontrar hojas de plátano para envolverlos, y tener que sustituirlos con papel aluminio. O bien, mantener la costumbre de escuchar marimba para almorzar.
Desde el fenómeno de la migración, es más posible apreciar que hay rasgos que las mismas personas se niegan a perder, pese a la aculturación de otros rasgos de Estados Unidos. Desde la migración, es casi imperceptible el esfuerzo por categorizar la múltiple etnicidad del país, y se limitan a autodenominarse como «guatemalteco», en el mejor de los casos, porque, al menos en Estados Unidos, será catalogado simplemente como «latino».
Quizá, los rasgos que insisten en permanecer en la migración sean una fantasía. Al retornar a Guatemala, esos rasgos distintivos quizá hayan desaparecido. Por ejemplo, el guatemalteco que añoró en Estados Unidos el atol de elote, para que al regresar se diera cuenta de que no es tan dulce como lo recordaba.
Es posible que se viva una ficción. Sin embargo, para Putzeys, el tema de la identidad nacional es una búsqueda aún, y que aún estamos en camino por resolver este tema.
Rodolfo Putzeys Padilla es cirujano dentista, graduado de la Universidad de San Carlos de Guatemala, actualmente certificado en el «National Board» de The American Dental Association, Joint COmission on National Dental Examinations, y homologado en el estado de la Florida por el Florida Department of Professional Regulation, Board of Dentistry.
Parte de su vida ha estado dedicada a la música, como compositor, cantante y guitarrista, e inventor de varios calculadores armónicos, así como un sistema de notación musical para guitarra alternativo de la solfa. Autor de múltiples métodos y libros para aprender a tocar guitarra.
Putzeys Padilla trasciende a otro nivel mucho más elevado, cuando su espíritu y su ambición le convierten en un gran soñador al perseguir el sueño de la formación de una gran nación: Estados Unidos de Mesoamérica.
(Tomado de la solapa de «En busca de nuestra (propia) identidad»)
No se puede dejar a nadie al margen; tenemos que consolidar nuestro futuro, para que juntos formemos una verdadera nación, mayas o no, ladinos o indígenas; todos somos inmigrantes, no se debe fomentar el odio, fuertemente arraigado, sino erradicarlo de una vez por todas.
Nos encontramos en el proceso de la formación de una verdadera nación; entendamos de una vez que el mestizaje no es una desventaja, por el contrario, es símbolo de unión. La polarización no es el camino y con la discriminación sólo se abre el camino del fraticidio; no queremos otra masacre como la de Patzicía, o en mayor escala.
Para encontrar el camino del desarrollo tenemos la obligación de hermanarnos, de encontrar nuestra (propia) identidad de guatemalteco, no 24 identidades diferentes. Tenemos que rechazar la insurgencia extremista, la política oscura, y el odio racial, que nublan nuestro futuro, e iniciar el camino de la concordia y de la paz, que conducen a la convivencia en armonía.
(Tomado de la contraportada de «En busca de nuestra (propia) identidad»)