El cuento del cumplimiento del estado de Derecho


El paí­s podrí­a ser perfecto, dicen algunos, sólo hacen falta personas que protejan la Ley y respeten el estado de Derecho. No hay que inventar nada, insisten, la estructura legal es impecable. Por eso, muchos partidos polí­ticos no contemplan ninguna modificación al sistema, sólo prometen aplicar el derecho positivo y basta.

Eduardo Blandón

Es una convicción que rechazo rotundamente porque me parece una falsedad absoluta. El sistema, desde mi perspectiva, está agotado y no ha demostrado sino impunidad, pobreza y condiciones propias para la explosión social. Si tenemos años y décadas en que cada vez más profundizamos el malestar social, es porque lo que hemos diseñado no funciona. O es demasiado perfecto (imposible de aplicar) o es algo inservible.

La práctica ha demostrado (tenemos que rendirnos ante la evidencia) que el Estado guatemalteco ha sido incapaz de proteger a los sectores más desfavorecidos del paí­s y que los ciudadanos viven en la más absoluta indefensión. Aquí­ los únicos que pueden sentirse medianamente satisfechos con el famoso estado de Derecho son las clases privilegiadas, porque ellos han sabido sacarle raja a la estructura. Los demás deberí­amos llorar por tanto abandono.

De modo que cuando un partido polí­tico entre sus planes dice que como punto de partida está el respeto de las leyes y la estructura de derecho, uno no tenga más opción que reí­rse o ponerse a llorar. Ya se ve, puede imaginar uno, que o quienes hicieron los famosos planes son inocentes o francamente maquiavélicos. No hay nada que esperar de un partido que parte del principio de que en Guatemala no hay nada que hacer sino «cumplir» la ley.

Ni siquiera, me parece, habrí­a que hacer una revisión del famoso estado de Derecho, sino abolirlo e inventar uno nuevo, a la medida de los guatemaltecos más desfavorecidos, no según el tacuche de los poderosos agremiados. Porque, lo repito, la estructura legal está en quiebra y remendarlo es inútil.

Una invención de tal género, hay que reconocerlo, no es para cualquier politicastro de mala muerte. Se necesitan espí­ritus creativos, generosos, valientes y sobre todo con gran liderazgo. Pero los actuales polí­ticos, según lo que se ve, no están para semejante tarea. Ello demuestra porqué de ílvaro Colom no se pueda esperar mucho. Hará comedores populares, proyectos sociales en el interior del paí­s, condecorará con la Orden del Quetzal y hablará de solidaridad, pero nada más. Este gobierno está condenado a la cosmetologí­a.

Hacer cosas profundas requiere de polí­ticos diferentes, pero no de gobiernos débiles que tienen que pedir permiso a las oligarquí­as para imponer impuestos, no controla a los dueños de las gasolineras (por ejemplo) y sólo se ponen «brincones» frente a la prensa independiente.

Mientras no haya cambios profundos tenemos que seguir viendo, al mejor estilo del Alcalde Capitalino, parques remozados, aceras pintadas y mucha publicidad de Limpia y Verde. Cosmetologí­a polí­tica, le llaman algunos.