El corazón del conflicto



Jerusalén, la ciudad santa más disputada del mundo, está en el centro del conflicto israelo-palestino, pues mientras Israel la considera su «capital eterna e indivisible», los palestinos pretenden fundar allí­ la capital de su futuro Estado.

Diecinueve años después de su creación, Israel conquistó el sector este de Jerusalén el 7 de junio de 1967 durante la denominada Guerra de los Seis Dí­as, en la que derrotó a tres ejércitos árabes y tomó el control de los lugares santos judí­os, cristianos y musulmanes.

«Hemos reunificado a Jerusalén… Hemos regresado al más santo de nuestros lugares santos y no lo abandonaremos jamás», proclamó entonces el ministro de Defensa, Moshe Dayan.

Unos dí­as más tarde, los lí­mites municipales fueron desplazados hacia el este, a pesar de lo dispuesto por el derecho internacional y las resoluciones de la ONU que prohibí­an modificar el equilibrio en los territorios ocupados.

Para asegurar la confiscación del territorio, las autoridades de Israel limitaron el retorno de refugiados palestinos y construyeron barrios judí­os.

Los palestinos que permanecieron en la ciudad recibieron documentos de identidad israelí­es que les otorgaban algunos privilegios con respecto a otros palestinos, aunque no derechos equivalentes a los de los ciudadanos hebreos.

Cuarenta años más tarde, los habitantes palestinos de Jerusalén temen estar separados de Cisjordania por un cinturón de colonias judí­as. Según el movimiento anticolonización Paz Ahora, unos 200.000 habitantes judí­os viven en los barrios emplazados más alla de la «Lí­nea Verde» anterior a junio de 1967.

Además, según la misma fuente, 80.000 colonos fueron incorporados dentro de la barrera de separación construida en Cisjordania, que ha separado de Jerusalén a 55.000 palestinos que habitaban en barrios periféricos.

Un tercio de los habitantes de Jerusalén son palestinos, y un 70% de ellos son considerados pobres pero sólo se benefician de la mí­nima parte del presupuesto municipal, dice Meir Margalit, un ex consejero del municipio.

Para los palestinos es casi imposible obtener permisos de construcción y la municipalidad destruye cada año unas 150 casas edificadas ilegalmente, añade Margalit.

Los palestinos que viven fuera de Jerusalén sólo pueden ingresar a la ciudad con un permiso especial.

«Jerusalén es un mito para las personas que viven a 2 km de ella», se lamenta un universitario palestino, Rami Nasralá.

Ziad Abu Zayyad, un ex ministro palestino y fundador de un diario que se publica en hebreo y árabe, tení­a 27 años cuando Israel conquistó Jerusalén.

Cuando su nieta nació en Jerusalén, ni él ni su esposa la pudieron ver, pues viven en Al Ezzariya, a un cuarto de hora, fuera de los lí­mites municipales de la ciudad santa.

«No podemos compartir nuestras penas y alegrí­as. Para nosotros no hay conciertos, cine ni teatro», comenta.

Jerusalén tiene 720.000 habitantes, 245.000 árabes y 475.000 judí­os.

Según las proyecciones del Instituto de Jerusalén para Estudios de Israel, los árabes representarí­an un 50% de la población de aquí­ a 2035, en vistas de su tasa de natalidad más elevada.

Los principales planes de paz establecen la creación de una capital palestina, Al Quds, en la parte este de Jerusalén, adyacente a la capital israelí­ en el oeste, con consideraciones especiales para los lugares santos de la ciudad vieja.

El universitario Moshe Amirav era paracaidista en 1967. Herido en combate, huyó del hospital para reunirse con sus compañeros en el Muro de los Lamentos.

«Es mi ciudad y la amo. Pero hay otros que también la aman y tienen los mismos sentimientos que yo», asegura.

«Jerusalén puede ser la causa de violencia y guerras sin fin entre Israel y los palestinos, y entre judí­os y musulmanes, aunque puede ser también un lugar de coexistencia pací­fica», estima por su parte Abu Zayyad.