Nadie duda que la mente humana ha hecho prodigios a través de la historia. Enumerar los descubrimientos en todas las dimensiones del intelecto y enumerar los inventos, las exploraciones desde el inmenso mundo de los astros, galaxias y sistemas planetarios hasta el estudio de los microorganismos y la estructura del átomo, gloria y desventura del ingenio humano, sería tarea que necesitaría amasar millones de libros, lo cual fuera imposible.
David quizá sea el hombre que más se aproxima a proferir la exclamación más adecuada sobre la grandeza de Dios entorno al misterio de todo lo creado cuando afirma: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la Luna y las estrellas que tu formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? (Salmos 8:3-4). El cantor de Israel continúa diciendo: «Le hiciste señorear sobre la obra de tus manos».
En otras palabras, Dios ha dado al hombre sabiduría por investigar, para descubrir, para sumergirse sobre el océano visible de la sabiduría de Dios: para análisis profundos. Para descifrar el misterio de la concepción, la procreación y los intrincados procesos genéticos.
No negamos que la ciencia nos deja atónitos, asombrados, perplejos, desconcertados hasta invadidos por la niebla de confusión y admiración. Pero llenémonos de asombro y un amargo desconcierto. El hombre descubrió la pólvora, las armas de guerra desde los escudos, los cascos de bronce, las cotas de malla, las grebas y jabalinas hasta la inmensidad de armas destructivas del siglo XX. Además, ha hecho prodigios en el mundo de la medicina.
En la eterna búsqueda de Dios el hombre no se ha quedado atrás en crear, organizar e inventar las más variadas religiones, el hombre es por excelencia religioso. Sólo la India tiene millares de dioses. Lo que me aflige y me impresiona, me desconcierta y me desgarra el corazón cruelmente, un remanente que se aferra en forma sencilla y con un corazón transformado al glorioso evangelio «Que es poder a todo aquel que en í‰l cree».
A este remanente, a los hombre de buena voluntad que en medio de su infortunio y las debilidades propias del hombre tiene el rostro de la fe en vasos de barro, dirijo este mensaje para que juntos encontremos de días largos y buenos en esta tierra que sólo es un paso hacia la eternidad.