Si alguna duda queda sobre el carácter anárquico de Guatemala, basta recorrer estos días las calles para ver que la oferta de banderas para conmemorar la fiesta de la Independencia Patria denota un relato de todos los diablos porque no se ponen de acuerdo en cuanto al tono del azul de nuestra insignia y uno las encuentra desde las que parecen morado hasta las del celeste que de tan pálido parece desteñido.
Existe un reglamento emitido por el gobierno de Julio César Méndez Montenegro en septiembre de 1968 en el que se define exactamente el color de la bandera y el mismo se identifica como «ISCC-NBs 177, o VM 1.6 PB 5.9/9.4″m nomenclatura que corresponde a la empleada por la Sociedad Internacional del Consejo del Color (ISCC), conjuntamente con la Oficina Nacional de Normas (NBS) de los Estados Unidos de Norteamérica, así como a la del Sistema Internacional de Designación de Colores de la Casa «Munsell Color Company» (VM).
Según ese reglamento, toda persona individual o jurídica que elabore banderas deberá solicitar a la Dirección General de Cultura y Bellas Artes la aprobación del modelo respectivo para que el mismo se adapte a las normas del reglamento. Evidentemente aquí cualquier hijo de vecino puede hacer las banderas como le venga en gana porque no existe ni siquiera el cuidado de que en respeto a nuestra insignia patria, se tenga que elaborar de conformidad con la norma vigente para uniformarla de manera que no se provoque confusión.
Si no somos capaces siquiera de asegurar que la bandera nacional sea reproducida siempre con los colores correspondientes, lo cual no debiera ser un gran problema, qué podemos esperar de otras normas legales o reglamentos que se elaboran con el ánimo de garantizar la normal, respetuosa y pacífica convivencia. Somos el país de la más absoluta anarquía y los extranjeros que ahora nos visitan se muestran sorprendidos de la enorme variedad de colores con que se ofrece nuestra bandera.
Evidentemente la venta de banderas forma parte de la economía informal y la mayoría de los vendedores las adquieren de quienes las elaboran a la brava, sin cumplir norma o requisito alguno. El resultado es lamentable para el respeto que le debemos a nuestra insignia y, peor aún, para mostrar que somos un país que no se distingue cabalmente por el respeto a las normas y por el deseo de vivir de conformidad con lo que se establece legalmente. Así como con las banderas nos comportamos prácticamente en todos los órdenes de la vida y el relajo, la anarquía y la burla a las normas son parte de la triste forma de ser del chapín. Y mientras tanto: ¿El Ministro de Cultura? Muy bien, gracias.