El clavo salido es el que recibe el martillazo


Julio Donis C.

Los titulares de muchas notas periodí­sticas en la última semana rezan alusiones para pedir la cabeza del Presidente del Congreso, otras apuntan a un retroceso en la credibilidad de los polí­ticos, y unas cuantas más van orientadas hacia la falta de transparencia, y correspondiente acto de corrupción en el manejo de fondos públicos de la Presidencia del Poder Legislativo. Más allá de la morbilidad de tratar con crudeza este tipo de especificidades, creo que es debido analizar y tomar distancia de esos árboles que se pudrieron y que de todos modos están por caerse, para enfocar en el bosque.


En realidad paí­ses como éste padecen del destiempo; al llegar tarde a la democracia todo se ha concebido tardí­amente y de tal cuenta, el diseño institucional del andamiaje polí­tico ha dado como aberración, construcciones privadas y atenuadas de lo público o versiones mal implementadas de instituciones, que bregan sobre su función pública sin capacidad de convencer al ciudadano y sin legitimidad. Esto sirve de un primer lí­mite para lo que propongo es una de las tareas pendientes: el rediseño polí­tico institucional del Estado, el bosque. Aunque como se verá, es un reordenamiento estructural.

Aquel destiempo nos colocó en el punto de empezar a acertar las respuestas cuando ya habí­an cambiado las preguntas; o como provocaba Torres Rivas, sobre su planteamiento de un desencuentro entre revolución e imposibilidad de una histórica condición. Si bien tengo distancias con dicha provocación, creo que es sugerente y encaminadora la idea que a contrapelo, Guatemala fue conformando su andamiaje sin ir resolviendo su pasado que le acompaña en su presente y le ancla el futuro.

En este orden de ideas, el camino por el que fuimos levantando andamios, eminentemente conservador, nos ha llevado por la senda casi obligada de la reforma como alternativa aunque en su versión reordenadora de reglas. Esto es consecuencia de un momento histórico, que en general yo lo ilustrarí­a como el soplo temporal en el que la oligarquí­a y demás servidores se acobardaron y fueron incapaces siquiera de desarrollar el modelo democrático, yéndose fieles a sus principios, por el modelo de un estado represor en condiciones feudales de producción.

Ahora bien, en tanto este paí­s como otros en América Latina ha conducido el desarrollo de su institucionalidad polí­tica por el camino de la reforma del Estado, hay dos ví­as en esa carretera. La ví­a retadora es la idea justamente de transformar, pero desde el Estado mismo. Caso contrario, el riesgo es verse conduciendo reformas que solo interpretan las reglas del juego en una superestructura allá en lo alto. La ví­a desafiante es el cambio en el diseño institucional del Estado a través de reformas democráticas que parten del rediseño de los recursos, de la riqueza, de la lógica de la propiedad, forjando más Estado para hacer público lo público; es la ví­a que han tomado Correa, Lugo, y aún Chávez.

Ahora bien lo relevante de este caso es que esos liderazgos sureños, porque para variar en las tierras del centro vamos a contrapelo, es que han sido consecuencia nada más y nada menos que de la puesta en marcha y la vigencia de la democracia representativa legitimada por la ví­a electoral.

La otra caracterí­stica de dichos gobiernos de izquierda es que son fruto de convulsiones de sus respectivas economí­as y de sus realidades desiguales, que transitaron al igual que nosotros por los ochentas de PAES (programas de ajuste estructural), luego por Washington Consensus para terminar con apertura de mercado global y sumidos hoy dí­a en crisis energética también global. Lo que quedó vigente a pesar de dichas convulsiones fue la polí­tica, la polí­tica electoral, misma que se convierte en senda que legitima esfuerzos por rediseñar, reinstitucionalizar, y democratizar aquel andamiaje que aludí­a al principio, y del cual forman parte instituciones como el Congreso, los partidos polí­ticos, pero también las polí­ticas distributivas de un paí­s y sus recursos.

Una idea provocadora, tratando de comprender el pasado y el presente es la siguiente: muchas expresiones de América Latina ha apostado por la democracia, sin embargo, la oligarquí­a ha levantado paredes de intolerancia, estigmatizando aquellas expresiones y éstas radicalizando su posición. Hay que decir en este punto que América Latina no es uniforme y las expresiones partidarias, de gobierno, de movimientos sociales, no necesariamente adoptan o se ajustan a ese comportamiento que sugerí­a.

Retomando, la reforma desde el rediseño estructural implica un esfuerzo sostenido por nacionalizar los recursos relevantes, es decir la reincorporación del papel polí­tico del Estado en la economí­a, devolviendo a éste su papel regulador en beneficio público. Uno de los ejemplos más claros es el esfuerzo nacionalizador de los recursos energéticos de algunos paí­ses, sobre todo a la sombra de la crisis global del petróleo.

Termino por el inicio. Si emprendemos un esfuerzo por reformar a partir de reorganizar los recursos, es claro que clavos mal puestos en este andamiaje recibirán como mí­nimo sendos martillazos puesto que la reforma no es sólo de eficiencia sino de rendición de cuentas. Meyer se salió de la tabla…

«Si emprendemos un esfuerzo por reformar a partir de reorganizar los recursos, es claro que clavos mal puestos en este andamiaje recibirán como mí­nimo sendos martillazos puesto que la reforma no es sólo de eficiencia sino de rendición de cuentas. Meyer se salió de la tabla…».

Julio Donis.

Sociólogo.