La semana pasada, el Embajador de México en Guatemala, Eduardo Ibarrola, corrió el riesgo de prestarme el DVD de la producción cinematográfica «El Clavel Negro» en la que participaron Suecia, México, Chile y Dinamarca. Y digo riesgo porque como platicamos con Eduardo, ahora se aplica a las películas aquella vieja expresión sobre los libros en el sentido de que baboso el que presta un libro y más baboso quien lo devuelve, sobre todo cuando se trata de una joya como esta película que relata la actuación del Embajador Sueco, Harald Edelstam y su arriesgada lucha para salvar a cientos de personas que estaban a punto de ser ejecutadas por el gobierno militar chileno que encabezó Augusto Pinochet tras el golpe de Estado a Allende.
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No recordaba yo que Edelstam había fungido como Embajador de Suecia en Guatemala y que de aquí fue trasladado a Chile. Muy claro tengo el recuerdo de Nathaniel Davis, Embajador de Estados Unidos en nuestro país y quien asistió como invitado a mi boda, que luego fue el encargado de dirigir el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende en forma tan cruenta. Al principio de la película, tras la presentación de las cartas credenciales de Edelstam a Allende, se destaca el reencuentro de estos dos embajadores que se conocieron en Guatemala y cuya actuación en Chile resultó tan importante. Y justamente ayer recibí la invitación de los organizadores del evento Eurocine 2010 en la que se anuncia que el próximo viernes 21 en Magic Place se presentará la película con la presencia del director Ulf Hultberg, afamado cineasta que ya fue distinguido con el premio ícaro 2009 por la mejor película extranjera. Hablando tanto ahora de la necesidad de asumir compromisos, de actuar de acuerdo a los valores que uno sostiene y pregona, ver esta película fue en realidad refrescante porque, independientemente de las razones sentimentales que pudieron influir en su decisión de actuar de manera tan frontal y decidida, el diplomático Edelstam se decidió a trabajar para salvar vidas ante la vorágine de sangre que, desde el Estadio Nacional de Santiago de Chile, se propagaba por órdenes de la dictadura militar para asesinar a todos los que fueran o parecieran simpatizantes de Allende y de la Unidad Popular. Chilenos y ciudadanos de otros países que habían viajado a Chile para participar del esfuerzo de solidaridad que se planteaba con la elección del presidente Allende, salvaron la vida por las arriesgadas acciones del jefe de la misión diplomática sueca que, desafiando las instrucciones de su mismo gobierno, antepuso la labor humanitaria a las consideraciones de política internacional. Fueron semanas verdaderamente trágicas las que le tocó vivir a Edelstam pocos días después de haber llegado a Chile como Embajador, puesto que el golpe de Estado fue prácticamente inmediato a su presentación de las cartas credenciales. Pero aun sin haber tenido el tiempo para meterse de lleno en la vida chilena, supo encontrar fuerzas y alianzas para rescatar de las garras de la muerte a más de mil personas que lograron salir del enorme matadero en que habían convertido el Estadio Nacional. Ya con la Embajada de Cuba se había visto que a Pinochet el derecho internacional y el respeto a las inmunidades le valía un pepino y el mismo embajador sueco se hizo cargo de proteger las instalaciones y al personal de la embajada cubana, no sin darse cuenta de hasta dónde estaba dispuesta a llegar la dictadura. Y pese a eso, Edelstam no se arrugó para buscar fórmulas que salvaran la vida a los perseguidos por la tiranía. Ojalá que sea muy concurrida la presentación de la película el próximo viernes porque es un testimonio de entrega y compromiso.