El circo de las elecciones


En el desarrollo histórico de Guatemala la aspiración democrática ha sido recogida de una u otra forma. El proceso polí­tico ofrece rasgos de un sistema cuyo objetivo es dirimir las contradicciones dentro de un contexto electoral, con una aparente proliferación ideológica.

Félix Loarca Guzmán

Aunque el esquema establece legalmente instituciones, procedimientos y salvaguardas democrático-liberales, en la práctica son manipuladas y violadas por los grupos dominantes a través de la imposición de un régimen basado en el dinero y en la anuencia de los centros reales de poder, que ha convertido a los grupos empresariales con mayor capital, en el componente fundamental del modelo polí­tico.

Las cuantiosas inversiones millonarias para hacer funcionar la maquinaria de los partidos y la apabullante propaganda electoral, son una demostración que los protagonistas son quienes cuentan con abundantes recursos financieros. Por ello mismo, la democracia se ha convertido en lo que algunos analistas denominan Democracia de fachada o Democracia electorera.

El principal mecanismo para legitimar el proceso es la ví­a del voto, haciendo creer a los ingenuos ciudadanos que las elecciones tienen el poder mágico para cambiar la dramática situación de pobreza, desempleo, falta de salud, falta de educación y los altos niveles de delincuencia que actualmente agobian al pueblo de Guatemala.

El brillante intelectual guatemalteco Alfredo Guerra Borges, escribió hace algunos años con sus ideas esclarecedoras sobre la realidad nacional que en la Roma Imperial se garantizaba la paz social dando al pueblo «pan y circo». Los tiempos modernos han sustituido el coliseo romano con las urnas para que el pueblo sublimice su insatisfacción en el circo de las elecciones. Una y otra vez la esperanza ingenua. Una y otra vez la amarga frustración.

No nos engañemos. En Guatemala sólo se vive una comedia de democracia. Ninguno de los partidos con posibilidades de alcanzar «el triunfo» en las próximas elecciones de septiembre, tiene la menor intención de modificar las relaciones de la estructura productiva del paí­s, ni de cambiar la postura de sumisión ante el imperio del norte que es el que da las principales directrices polí­ticas y económicas.

Gane quien gane, no importa que sea el de la mano dura, el de la esperanza, o el de los préstamos a la palabra, las cosas se mantendrán igual. La minorí­a de siempre, la que antes gobernaba atrás de los militares, continuará concentrando en sus manos el mayor porcentaje de la riqueza del paí­s, mientras la mayorí­a seguirá muriendo de hambre o ví­ctima de los asaltos en las calles y en las camionetas.