En todos los tiempos y en muchos países ha habido personajes que han sido considerados como de leyenda. Uno de ellos es el político argentino de aventuras temerarias al que se le llamó Che Guevara.
El Che luchó con denuedo heroico en la Sierra Maestra de Cuba junto a Fidel Castro, y lo hizo hasta triunfar contra la fuerza bruta que sostenía al régimen dictatorial de Fulgencio Batista.
Al igual que muchos guatemaltecos, admiramos cómo los revolucionarios cubanos, comandados por Castro, echaron abajo la férrea dictadura batistiana.
Eso sí, cuando haciendo gala de triunfalismo los insurrectos castristas comenzaron a fusilar a muchos de los caídos en un estadio, incluso ante los camarógrafos de la televisión, se dejó de ver con simpatía a los protagonistas del nuevo orden de cusas de la isla antillana. Y es que se estaba produciendo un baño de sangre. ¡Toda una orgía macabra!
Los comunistas, ateos, hijos de Satanás, suelen decir que todo movimiento revolucionario provoca un parto difícil, muy sangriento, porque para sostenerse, sobre todo cuando se ha tomado el poder, se necesita un estado de terror, así como el abono de sangre y de huesos… Eso está escrito en un luengo texto circulante…
El Che Guevara vivió algún tiempo en nuestro país. Era político de acciones internacionalistas. También a Fidel se le dio hospitalidad aquí. Vivió en uno de los municipios de Jalapa. La Liberación acaudillada por Castillo Armas lo hizo poner pies en polvorosa…
El rebelde sureño demostró, con su acción en la manigua cubana, ser todo un aguerrido revolucionario que en el curso de los días de gloria, digamos, paladinamente se dio color como marxista leninista.
Fidel Castro no se había quedado atrás. Al consolidar su posición de gobernante, asimismo declaró ante el mundo, sin ambages ni reticencias, que Cuba entraba en el aro comunista. Eso, a la vez, le hizo perder simpatías en muchos países, incluida Guatemala, que optaron por romper relaciones con el nuevo régimen del estuoso Caribe.
El remichero de la patria de Perón, el Che Guevara, sigue contando con simpatías en Cuba y en otras latitudes, especialmente entre el proletariado que rumia pobreza.
Hemos sintetizado, apenas, lo que nos dice en el anverso una medalla sobre el Che del cuento. Veamos enseguida lo que dice esa misma medalla en el reverso…
Ernesto Guevara Lynch de la Serna, que nació en 1928 en Argentina, se graduó de médico y abandonó su patria para no volver más a ella. En 1955 se conoció en México con Fidel Castro, donde aprendió teorías y prácticas de la guerrilla. En 1956 participó en el desembarco, en playas de Cuba, del pequeño contingente de osados revolucionarios.
Fidel, con su gente, después de 2 años de combatir en la Sierra Maestra, tomó el poder político tras provocar la aparatosa caída de Batista. El Che entró en La Habana en 1959 ostentando su estrella de comandante guerrillero e inmediatamente ocupó la jefatura de la tenebrosa fortaleza de La Cabaña, donde hizo ejecutar a miles de reos estigmatizados como opositores al régimen revolucionario. Esos reos, en su mayoría, no llegaban a los 30 años de edad. El propio Che era aficionado a fusilar a los prisioneros cubanos puestos contra los ennegrecidos muros que quedaban salpicados de sangre y de sesos. Fue así como se ganó el apodo de «El Carnicero de La Cabaña».
Guevara nunca ocultó su crueldad. Si le pedían compasión, mostraba más crueldad porque le gustaba exhibirse como hombre crudelísimo. Cuando las madres y otros familiares iban a visitar a sus parientes en la dantesca prisión de La Cabaña, sádicamente les exigía que pasaran frente al paredón manchado de sangre y de sesos. (Versión del padre Javier Arzuaga, ex capellán de La Cabaña).
En el fatídico antro carcelario se hacinaban alrededor de 800 prisioneros en reducido espacio que sólo tenía capacidad que lo ocuparan unos 300 militares, policías, periodistas, empresarios, comerciantes y otros sindicados de ser contrarrevolucionarios.
Es muy larga la historia del Che Guevara, lo mismo que la de la cruenta revolución liderada por Fidel Castro, quien, según se sabe, sentía «celos» respecto del Che, lo mismo que ocurrió en cuanto a Camilo Cienfuegos, a Huber Matos y a otros que participaron en la lucha guerrillera contra la nefasta dictadura de Fulgencio Batista. Decepcionado, el Che decidió abandonar Cuba para hacer una revolución en Bolivia, donde fue fusilado.