Somos un país en el que abundan los chapuces y donde muchos son expertos en hacerlos. El Congreso hizo exactamente un chapuz para taparle el ojo al macho con la elección de los magistrados y bajarle presión a la opinión pública que cada vez en forma más consistente plantea temas como el de depuración ante la desfachatez de nuestra clase política. De los seis tachados por la Comisión Internacional Contra la Impunidad, a la que criticó el mismo Presidente por no haber presentado sus cuestionamientos ante las Comisiones de Postulación, tres fueron removidos y tres quedaron, pero hubo otra vez componenda que asegura que los brazos de la impunidad quedarán intactos.
La idea es venderle a la gente lo resuelto como un triunfo de la sociedad ante el Congreso, pero hay que ver que el único triunfo en todo este proceso estuvo en desenmascarar la forma en que se negociaron los puestos del sistema de justicia, entre poderes no formales sino paralelos que con desfachatez y cinismo afirman que tienen el derecho de llevar a su gente a la Corte Suprema y a las Salas de Apelaciones, como si no se supiera lo que persiguen sus patrocinados y el compromiso que tienen que hacer valer.
Antaño era un rumor que poderes fácticos influían y negociaban los puestos de los administradores de justicia. Ahora es un hecho admitido descaradamente por sus actores que, con nombre y apellido, admiten haber negociado la justicia de Guatemala, esa misma que es pilar de la impunidad y que ha propiciado un régimen en el que se alienta el delito porque se generó una estructura que no aplica la ley a los delincuentes sino que los premia con la libertad simple o, en el peor de los casos y si las pruebas son abrumadoras, con libertades bajo fianza, con suspensión de condenas y, de todos modos, el premio a la inmoralidad.
El problema es qué hacer. ¿Podemos confiar en que los que pasaron la criba de la componenda entre los poderes fácticos, esos que operan en forma paralela a la institucionalidad y en forma clandestina, serán buenos administradores de justicia? El sistema está podrido, desgraciadamente, y estamos en condiciones de plantear que Guatemala es un paciente grave que requiere de cirugía mayor. Esta crisis no se resuelve con chapuces como los que tan frecuentemente hacemos los guatemaltecos, sino que se impone una solución patriótica que vaya más allá de una depuración que termina siendo espejismo porque es permitir que los de siempre se acomoden la pelota para shutear más duro. Persiste, pues, la gran interrogante ciudadana: el problema es qué hacer.