Pocas figuras tan polémicas en la vida nacional como la de Jacobo Arbenz Guzmán, gobernante de Guatemala de 1951 a 1954, cuando fue derrocado por una intervención militar organizada por Estados Unidos de América en defensa de los intereses de la United Fruit Company y en el marco no sólo de la Guerra Fría, sino también del macartismo que por esos años se convirtió en parte de la agenda política norteamericana.
El debate se centra en si el gobierno de Jacobo Arbenz fue comunista, como lo sostuvieron sus opositores y el gobierno de Dwight Eisenhower, o si fue un nacionalista que trató de rescatar para el país la plena soberanía, seriamente afectada por el papel de la empresa frutera, dueña de los puertos y de las incipientes comunicaciones con la Tropical Radio, por el control del transporte y las comunicaciones que mantenía la IRCA, concesionaria del ferrocarril, y el monopolio de la energía eléctrica gracias a la concesión que desde principios de siglo se otorgó a la Bond And Share, dueña de la Empresa Eléctrica.
Que en el gobierno de Arbenz participaron militantes del partido comunista es un hecho que no admite discusión, pero de eso a que el gobierno haya sido un régimen marxista, hay diferencia que es lo que permite y da lugar al debate. Sin el marco de la Guerra Fría y sin el furor del anticomunismo desatado por Macarthy en Estados Unidos, seguramente que el gobierno de Arbenz pudo haber sido molesto para Estados Unidos, pero no víctima de una agresión como la que se sufrió en 1954.
Estados Unidos dirigió, financió y montó la operación para derrocar a Arbenz, pero más que eso, dejó una huella de antagonismo en nuestro país que tuvo mucho que ver con el posterior conflicto armado interno. Tras el derrocamiento de Arbenz se negó espacio para las expresiones de izquierda democrática y se nos dividió artificialmente en comunistas y anticomunistas, lo que incidió en la guerra.
Creemos que Arbenz, con su plan de construir una carretera al Atlántico, de construir Jurún Marinalá, de realizar la reforma agraria y construir un puerto en el Atlántico, era un visionario que quería modernizar a Guatemala y darle solidez a su soberanía e independencia. Sabemos que cometió errores que incidieron en su caída, sobre todo al no entender el poder que la Ufco tenía en las esferas de poder de Washington, pero la alternativa era el sometimiento abyecto a las decisiones de un país que por sentirse excepcional cree tener derecho de imponerle sus dictados a todos los pueblos del mundo. Y ese desafío, esa entereza para no doblar la rodilla, basta y sobra para que se le tenga respeto a Jacobo Arbenz, a quien recordamos hoy en el centenario de su nacimiento.
Minutero:
El orgullo nacional
va más allá de este día;
es compromiso formal
de una forma de vida