El caso de Ricardo Taracena


No cabe duda que en esta época de inseguridad e incertidumbre, ser padres, representa una situación mucho más difí­cil que antes. Esto me lo ha recordado el desafortunado caso del joven estudiante de zootecnia, Gabriel Ricardo Taracena Zamora, que por cierto, me ha llevado a la reflexión sin dejar de preocuparme. Ricardo, como cariñosamente lo llamamos en la casa, es el tercero de cuatro hermanos y miembro de una honorable familia residente en ese barrio adyacente de la Iglesia La Merced.

Guillermo Wilhelm

Conocí­ a Ricardo y a sus hermanos Eduardo, José Andrés y Manuel, a raí­z de una larga amistad con mis hijos que empezó a gestarse desde muy temprana edad. Hasta hace poco tiempo, durante más de catorce años, tres o cuatro inmuebles separaban nuestras casas y por eso resultaba normal encontrarnos casi todos los dí­as. Cabe mencionar que estos jóvenes vecinos, al inicio de la amistad, recelaron la severidad de mi carácter por el férreo monitoreo que siempre he mantenido hacia mis hijos. Situación que en este caso terminó al conocerlos y por eso hasta la fecha ya casi profesionales mis vástagos, siguen visitando constantemente a los Taracena Zamora y colaborando con ellos en la confección de las alfombras de Semana Santa, algo que para mis hijos representa una tradición inalterable.

Por eso es que al conocer a este patojo, lo sucedido la semana pasada no ha dejado de sorprender y conmoverme.

Ricardo guarda prisión en el centro de detención de la zona 18 y ha sido acusado de asalto e intento de secuestro. Y ahí­ fue donde nació ese conflicto que mantuve dentro de mí­ durante algunos dí­as. Por un lado, el azote de la violencia en Guatemala tiene a nuestra sociedad sufriendo un verdadero infierno, y como columnista y ciudadano me corresponde no solamente exigir sino también apoyar a las autoridades en el combate a la violencia. El problema aquí­ es que conozco muy bien al joven acusado y sé que su personalidad no encaja con estos actos, aparte de informarme de la forma tan curiosa en que se dieron los supuestos hechos. ¿Pero por el cuadro dantesco del azote de violencia que flagela a Guatemala no me convendrí­a más guardar silencio?, so riesgo de socavar mi credibilidad y convertir mis pensamientos impresos en letra parcializada y vana. Pues ya dije que conozco a este muchacho.

Pero no es únicamente el hecho de conocer al patojo, a quien catalogo como respetuoso, tí­mido y muy correcto, sino también al aspecto de conocer esos detalles de un supuesto asalto donde no existieron armas y otras particularidades muy especiales que generan muchas dudas, que por respeto al proceso no debo mencionar, pero que se han convertido en factores que me obligan a rechazar la conveniente comodidad del silencio.

No quiero aprovechar penas del prójimo llevando agua a mi molino, pero es bueno que los jóvenes asimilen experiencias ajenas y comprendan que en Guatemala se viven otros tiempos. Ya no es aquella época cuando alguien golpeaba nuestro carro y en algunos la ignorancia e inmadurez nos hizo seguir a los amigos bajándonos como gallitos de pelea, nada pasaba, si mucho un par de moretones. Hoy no es así­, lo más probable es que seamos recibidos a tiros o de la forma en que pudo haberle pasado a Ricardo, que le fueron invertidos los papeles y de ser agredido pasar a ser el acusado y de paso mancharle su nombre. A mi esposa y a este servidor nos preocupa esta situación, no solo por el estigma que puede afectar al muchacho sino también por sus padres, Eduardo e Indira, que se encuentran atravesando por momentos muy difí­ciles. Sin embargo, oportuno resulta recordarles a ambos que son precisamente las penas las que nos fortalecen y más temprano que tarde Dios hace que todo caiga por su propio peso.