El nuevo gobierno pregona el cambio como su objetivo fundamental y eso agrada a la mayoría de guatemaltecos porque hay que ser medio tarugo para no querer que el país cambie y sentirse conforme con lo que tenemos. Sin embargo, el cambio, dicho así, puede ser muy etéreo y es necesario que aterricemos en un acuerdo nacional sobre qué es lo que debemos modificar urgentemente y yo soy de la opinión que ningún cambio es tan urgente, tan necesario, tan indispensable, como el de nuestra actitud ante la corrupción.
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No creo que exista en el país ningún problema que tenga ramificaciones e implicaciones tan graves en todos los órdenes de la vida como el de vivir en un sistema diseñado por y para la corrupción. Los problemas del desarrollo tienen su raíz en la existencia de instituciones desvirtuadas, que en vez de trabajar para el cumplimiento de sus fines esenciales, sirven para atender la demanda de los financistas de campaña y para administrar contratos y adquisiciones en las que lo fundamental, más allá de la calidad y el precio, es la comisión que le garantiza al vendedor o contratista que se podrá embolsar tranquilamente dinero del pueblo en un acto de enriquecimiento ilícito. Porque no acepto la tesis de que el enriquecimiento ilícito es un delito imputable únicamente a los funcionarios públicos; igual se enriquece ilegalmente el empresario que mediante sobornos obtiene beneficios a cambio de mamarrachos o de sobreprecios.
Si más allá del desarrollo, con todo lo que significa en términos de educación y salud la existencia de un perverso régimen de corrupción, centramos nuestra atención en temas como el de seguridad, tenemos que ver la importancia que en el tema de la impunidad tiene la corrupción porque estamos plagados de operadores de justicia que la administran a tono con los intereses del mejor postor.
Cualquier gobernante puede tener buenas ideas y mejores intenciones, pero si no logra romper el modelo de la corrupción todo saldrá sobrando porque no pasará de la idea y las intenciones. Si no se arregla de alguna manera el comportamiento aberrante del Congreso, obligado a tramitar iniciativas para el cambio fundamental que el país requiere pero decidido a entramparlo todo porque únicamente se aprueban las leyes por las que les pagan, de qué cambio podemos realmente hablar en Guatemala. El valladar más grande de todo cambio está en la existencia de un poder legislativo declaradamente corrupto, atado a las ambiciones personales de sus diputados que jamás se detienen a pensar ni por un minuto en los intereses del país.
Podemos hablar del cambio desde diversas perspectivas, pero sin tocar el tema de la corrupción, terminaremos con aquella idea de que se introducen cambios para que nada cambie. El único cambio transformador que nos abre una ventana de oportunidad como Nación es el que vaya dirigido a una lucha frontal, tajante, decidida y draconiana, contra toda forma de corrupción. Igual de corrupto es el contrabandista que defrauda al fisco o el evasor de impuestos que falsea sus declaraciones que el funcionario que a cambio de un soborno permite que le vendan cosas a precios fuera de mercado o que le construyan obra que se derrumba con la primera lluvia.
Y no es el tipo de lucha contra la corrupción de ciertas cámaras que la denuncian cuando hay beneficiarios no agremiados, como pasa con las ONG, simplemente porque les arrebatan una parte de la tajada. No califiquemos al corrupto si tiene corbata o no la usa. Pícaro es pícaro y necesitamos signos claros del nuevo gobierno de que el cambio fundamental, el cambio significativo para Guatemala está en cero tolerancia a la corrupción. El día que un gobierno asuma ese compromiso, Guatemala sí va a cambiar.