El cambio climático les da la razón a los ecohistéricos


Como ya no causaba ningún impacto social calificarlos de comunistas, ni de maoí­stas o trotskystas, y el término populista dicho peyorativamente tampoco levantaba costras en la herida, los neoliberales decidieron clasificarlos como ecohistéricos, dando a entender que entre los guatemaltecos y sus organizaciones que se dedican a defender el medio ambiente prevalecí­a la histeria colectiva, porque no se vislumbraba ningún peligro para el ecosistema nacional.

Eduardo Villatoro

Con las noticias que nos llegan del extranjero y los artí­culos de columnistas que hemos abordado el grave fenómeno relativo al cambio climático, se está intentado concienciar a los guatemaltecos acerca de lo que les espera a las futuras generaciones, si el Estado, las empresas con responsabilidad social y las personas en general, desde adultos de la tercera edad hasta pequeños niños de párvulos, no contribuimos a evitar que el calentamiento de la tierra nos conduzca a la catástrofe mundial.

Por supuesto que queda uno que otro columnista que se resiste a aceptar la realidad, pero no tanto por convicción personal, sino porque defiende intereses de la plutocracia que sigue pensando como hace 50 años, sin tomar en consideración que el cambio climático también perjudicará a los privilegiados, aunque no con el mismo impacto que afectará a los sectores más vulnerables.

Me llamó la atención al respecto, un despacho de la agencia internacional de noticias IPS, firmado por la periodista Inés Bení­tez, en cuyo inicio de su mensaje noticioso advierte que en Guatemala «el paí­s de la eterna primavera» por su clima benigno y temperatura constante, la caní­cula se ha intensificado durante los recientes años y han aumentado las lluvias torrenciales a consecuencia del cambio climático.

Tal aseveración la expuso el investigador Edwin Castellanos, director del Centro de Estudios Ambientales de la Universidad del Valle de Guatemala, quien reveló que en nuestro paí­s el 50% de las emisiones de dióxido de carbono, el principal gas contaminante, obedece a la deforestación por el cambio del uso de la tierra, que significa la pérdida anual de 73 mil hectáreas de bosques, 44 % a la quema de combustibles para generar electricidad y el transporte, y el 6 % a la industria.

En 1999, el 92% de la energí­a eléctrica es generada por presas hidroeléctricas, mientras que en 2005 sólo el 40% de la electricidad procedí­a de esa fuente más limpia, y de ahí­ que el investigador recomienda favorecer el desarrollo energético basado en opciones renovables, sobre todo si tomamos en consideración que somos parte del problema del calentamiento global y, básicamente, seremos ví­ctimas de sus efectos, tal como la mayor variabilidad de la temperatura que aumenta las amenazas de inundaciones, deslaves y sequí­as, determinando el agravamiento de problemas de salud y daños en las infraestructuras del paí­s.

Lo que los ecohistéricos intentaron advertir vanamente hace más de una década se está convirtiendo en pavorosa realidad. Por ejemplo, la tormenta Stan afectó al 31% de la población y el 6% de la infraestructura de salud y registró impactos en la economí­a del paí­s, y de ahí­ que Castellanos advierte acerca de la necesidad de educar a los guatemaltecos sobre cómo podemos ser perjudicados por el cambio climático, correspondiéndole al Estado aplicar polí­ticas precisas que se traduzcan en acciones concretas.

Ese pesimista panorama es compartido por Beat Rohr, representante permanente del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Guatemala, al indicar que el daño de los gases de efecto invernadero crece cada dí­a sin que se proceda a realizar acciones que lo enfrenten.

Como inveteradamente ocurre, los guatemaltecos más pobres son los que padecen directamente los efectos del cambio climático, especialmente el 80% de los habitantes del área rural, y de esa cuenta, según el más reciente informe del PNUD, Guatemala ocupa el último lugar en América Latina en el índice de Desarrollo Humano.

Durante el reciente invierno, las precitaciones causaron en el paí­s 71 muertos, 29 mil damnificados y 205 viviendas arrasadas. Todos, de los más pobres.

(El poderoso terrateniente Romualdo Ignarón le pregunta airadamente a su contador: -¡¿Quién ese Total que recibe más dinero que yo mensualmente?!).