El Calvario de los deportados


Sufrieron al principio las injusticias de un sistema débil y corrupto que los condenó a ser pobres, a aguantar hambre, a trabajar desde niños, a sufrir en un paí­s en donde la riqueza se distribuye entre unos pocos, y el resto debe elegir entre trabajar toda su vida obteniendo sueldos miserables que no alcanzan ya para nada, o dedicarse al crimen y convertirse en delincuentes.

Carlos Duarte
lahora@lahora.com.gt

Decidieron buscar oportunidades en otras tierras, y luego de la difí­cil decisión de dejar atrás a sus seres queridos y su tierra, se encaminaron en un viaje peligroso y lleno de incertidumbre. Sufrieron en el camino, a manos de delincuentes que les robaron el poco dinero que llevaban, a manos de los coyotes que se aprovecharon de ellos, a manos de villanos que las violaron, con peligro de muerte al subirse al tren, cruzar el desierto o nadar el rí­o para llegar a la frontera que deseaban cruzar.

Lograron llegar a su destino, Estados Unidos, pero con miedo. Miedo a que las autoridades los descubrieran y arrestaran, miedo en una tierra lejana desconocida, miedo en un paí­s de extraños. Trabajaron arduamente, rompiéndose las manos y los pies en trabajos denigrantes que ninguno de los estadounidenses desea realizar, aguantando calor, frí­o, maltratos.

Enviaron el dinero que ganaban a su familia que habí­an dejado atrás, mientras subsistí­an con lo que les quedaba. Siempre con la esperanza que todo empezaba a mejorar, y que sus seres queridos recibí­an el dinero que tanta falta les hace. Pero un dí­a, las autoridades se presentaron a su lugar de trabajo, en un idioma extraño los tildaron de delincuentes, de indocumentados, que no debí­an estar ahí­ ni pertenecí­an a ese lugar, les dijeron que los arrestarí­an y los enviarí­an de vuelta a su paí­s.

Empezaba el segundo calvario. Los encerraron, los ficharon, los metieron a un avión y los trajeron de vuelta. Al arribar a su paí­s de origen, los seres queridos que una vez dejaron atrás los esperan afuera de las instalaciones de la Fuerza Aérea Guatemalteca, mientras los vuelven a fichar en su proceso de «Repatriación». Pasan horas hablando con oficiales de migración, con agentes de la Policí­a Nacional Civil, averiguando cuál es su estatus y si son buscados por algún delito, mientras esperan el momento de ser liberados.

En lo que va del 2008 han sido deportados de Estados Unidos unos 11,200 guatemaltecos, los últimos 103 que arribaron en dos vuelos procedentes de Arizona en esta semana. Los inmigrantes guatemaltecos radicados en el exterior enviaron unos 1,756,58 millones de dólares en remesas familiares en los primeros cinco meses de 2008, informó el Banco de Guatemala.

Durante el 2007, las remesas alcanzaron un récord de 4,128,40 millones de dólares, pese a que fueron deportados 23,062 emigrantes indocumentados guatemaltecos. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 1.2 millones de guatemaltecos son inmigrantes radicados en el extranjero, el 90 por ciento de ellos en Estados Unidos, de los cuales cerca del 60 por ciento está indocumentado.

Pese al endurecimiento de las polí­ticas migratorias en Estados Unidos que dificulta a los guatemaltecos encontrar trabajo y a las continuas deportaciones, el enví­o de remesas familiares aún se mantienen, pero con leve crecimiento.